Capítulo 37

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Kleyer

Capítulo 37

No puedo contener la sonrisa cuando veo el pico de la Iglesia de huesos en la distancia. Todavía es una pequeña astilla varada en el horizonte, pero distingo perfectamente su silueta y sé lo que eso significa: Aura. Ahora mismo me importa bien poco llevar las manos atadas e ir escoltado por dos cambiantes serpiente que no han cruzado ni una sola palabra conmigo desde que abandonamos el claro en el que nos asaltaron hace ya varias noches.

El padre de Adranne, o Arisha, como en realidad se llama, no ha vuelto a dirigirnos la palabra. Él se encarga de dirigir a la comidilla que formamos desde la cabeza del grupo, Tam y yo vamos en medio, rodeados de serpientes por todas partes y, desde la parte de atrás, nos protegen un grupo de cambiantes armados y bien entrenados.

No puedo evitar preguntarme de quién pretenden defenderse tanto, se supone que ellos son el terror de estas tierras, no hay nadie que los gane en letalidad y sangre fría y, sin embargo, son los que mejor preparados van frente a un asalto.

Tropiezo con una piedra y de poco pierdo pie, pero el escolta de mi derecha se apresura a agarrarme de debajo del hombro, tirar de mí hacia arriba y empujarme hacia delante. Lo miro malamente y le gruño de manera instintiva, pero no parece amedrentarse, ni siquiera me mira. Una vez más, como tantas otras veces, la dura mirada de mi padre se me aparece como un mal recuerdo. De nuevo, la sensación de que no soy un lobo, el desterrado, el fracasado, el tullido, el humano. El ofidio no ha osado ni apartar la mirada del camino para ver cómo le enseñaba los dientes.

Apesadumbrado, contemplo cómo, poco a poco, vamos dejando atrás los árboles del Bosque Hundido y nos vamos introduciendo en la Tierra de huesos. Al poco de adentrarnos en las primeras colinas, siento la corriente eléctrica del escudo atravesarme de parte a parte. A nuestro alrededor, las serpientes ni se inmutan. Miro a mis escoltas con un interrogante en los ojos, anonadado. Yo no estaría vivo si no fuese porque el grupo de ofidios que me perseguía al salir del bosque se detuvo poco antes del escudo, temeroso, pero estos cambiantes no se han alterado ni un ápice.

—Pensaba que las serpientes temíais al escudo y a los dioses —comento, preguntándoselo al aire. Tal y como esperaba, no obtengo ninguna respuesta.

Giro la cabeza para contemplar a Tam, que camina ligeramente encorvada unos pasos por detrás de mí. Lleva la pierna que le hirieron limpia y vendada, pero siento cómo cojea en cada paso. Quiero cruzar mi mirada con la suya y compartir una sonrisa, pero no levanta la vista del suelo.

Unas horas después y tras un breve receso para alimentarnos y parar a descansar, las primeras casas de Tennesis empiezan a hacer acto de presencia. El corazón me da un vuelco al verlas de nuevo, imperturbables, como si no hubiesen pasado prácticamente dos meses desde que me marché. No obstante, noto la ciudad diferente tras recorrer las primeras calles, y no es sólo porque esté rodeado de cambiantes serpiente armados y a los que los ciudadanos contemplan con horror, sino también por el hecho de que está todo demasiado organizado.

Hay personas desplazándose de un lugar a otro de manera ordenada, mesas y almacenes repletos de utensilios de todo tipo, barracas levantadas con palos y toldos, suenan gritos y órdenes procedentes de diferentes partes de la ciudad... Conforme vamos avanzando a través de las calles me empiezo a dar cuenta de que no es cierto el primer pensamiento que he tenido al ver la urbe. No se ha mantenido imperturbable, esta ciudad se está preparando para una guerra.

—Tú, el humano —dice entonces una voz. Inmediatamente, todo el grupo se detiene en seco, haciéndome trastabillar de nuevo.

Es Airmoth quien ha hablado. Se aproxima hasta mí con el ceño fruncido y los hombros erguidos. Me sorprende su envergadura al verla tan cerca y a la luz del día. Su torso desnudo brilla bajo el sol primaveral como si se lo hubiese embadurnado de aceite.

Tierra de huesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora