Capítulo 49

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Capítulo 49

Me despierta el frío. Cuando abro los ojos, con lentitud, descubro que hay luz en la estancia, pero no es debido a la lámpara, sino a que la trampilla del sótano está abierta y lo que parece la luz del amanecer se cuela por ella. A mi alrededor, compruebo los restos de la noche anterior. Las manchas de sangre, tanto en el suelo como en el colchón, la lámpara ya apagada, y la diminuta sábana revuelta a los pies del jergón.

A mi lado, sin embargo, no hay nadie.

Nervioso, me pongo en pie. Lo más probable es que Aura tuviese necesidad de ir al aseo o de ir en busca de algo que comer y se haya levantado para subir al piso de arriba, pero me extraña que no me haya dicho nada.

Echo a andar hacia las escaleras de bajada al sótano y descubro en ellas huellas de pies marcadas con sangre. Los restos del parto todavía descansan en un rincón del cuarto, parecen haber sido aplastados, lo que me da a entender que Aura ha debido de pisarlos sin querer al levantarse, de ahí el rastro, pero no puedo evitar que se me erice el vello de la nuca.

Sigo las pisadas hacia el piso de arriba, donde la alfombra ha sido apartada de manera apresurada y donde descubro parte del mobiliario destruido, como si una banda callejera hubiese irrumpido en la casa. La puerta principal está abierta y da a una calle en calma, iluminada por los primeros rayos de un nuevo día. El silencio al otro lado es sobrecogedor.

Me quedo bajo el marco, oteando el horizonte en busca de algún movimiento, pero no detecto nada. La brisa extrañamente gélida que me ha despertado hace unos minutos danza entre los callejones, hasta llegar a la puerta abierta de la casa de Juppa y hacer bailar mi flequillo. Me estremezco, a sabiendas de que no es solamente por la brisa, sino porque algo va mal, muy mal. Aura no se hubiera alejado para ir al baño o para cualquier otra necesidad sin antes despertarme. Y el mobiliario roto, la alfombra apartada...

Angustiado, me lanzo a la calle sin importarme encontrarme en campo abierto. Lo que diviso a mi paso por las calles es realmente impactante. La mayor parte de los edificios parece haber ardido durante largas horas, hay escombros de muros, puertas y muebles esparcidos por las calles, restos calcinados de lo que creo que son personas, y otros restos que no sabría identificar. Pero nadie vivo, ni un solo sonido, ni un solo movimiento. Elevo la vista al cielo y la dirijo al horizonte, hacia donde sé que se encuentra la Iglesia de huesos. Me oprime el corazón descubrir que ya no asoma ningún campanario por encima de los tejados de las casas.

Sin pensármelo dos veces, echo a correr y empiezo a llamar a Aura a voz en grito. Ya no me importa quién pueda haber escondido entre los muros, necesito encontrarla, saber que está bien, ¿por qué se fue? ¿Es que vinieron a buscarla? ¿No me despertó el ruido o es que me sedaron de alguna manera? No me siento embotado ni nada por el estilo, pero no logro entender el por qué no he escuchado nada si es que se la han llevado. La única forma es que haya salido por su propio pie.

Al girar una esquina, descubro a dos figuras hablando en mitad de la calle. Me agazapo detrás del muro y asomo la cabeza por un resquicio. Parecen dos mujeres, pero no logro identificarlas, ya que una me da la espalda y la otra queda tapada por la que me da la espalda. No obstante, una de ellas lleva la capa roja del sacerdocio, lo que me da a entender que debe de tratarse de una sacerdotisa de sangre, que ha entrado en la ciudad tras la invasión.

Entonces se gira, y al apartarse el pelo descubro el rostro redondeado de Juppa. El alivio baña todo mi cuerpo, ya que la otra mujer debe de ser Aura.

Salgo de mi escondite y echo a andar hacia ellas. No las llamo, pero ellas terminan por verme cuando estoy a pocos metros.

—Me habéis dado un susto de muerte —murmuro, aproximándome.

Tierra de huesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora