Capítulo 19

6 2 0
                                    


Capítulo 19

Caminamos a paso rápido, soy yo el que va guiando. Mis pasos me llevan directamente hacia mi refugio, haciendo caso omiso de la palabrería en la que ha explotado Aura nada más perder de vista la casa. Creo que se está quejando de mi comportamiento pero, francamente, ahora mismo me importa bien poco. Mi mente está muy lejos de algo tan banal como el gruñirle a una serpiente. Es que ese es el problema, pero no puedo compartirlo con Aura. Hay una maldita serpiente y apostaría la mano que me queda a que la cola que nacía de Tam era la de un cambiante mono.

Pero Aura no sabe nada de todo esto, para Aura sólo he sido descortés al bufarle a la novicia.

—¡¿Me estás escuchando?! —profiere, en cuanto me detengo al final de una de las calles de la ciudad.

Sólo entonces parece darse cuenta de que no es ella quien lleva el rumbo. Mira a su alrededor, desorientada.

—¿A dónde vamos? —pregunta entonces.

—Ah, sí, perdona —digo, volviendo yo también a la realidad—. Estaba volviendo a... mi refugio.

Una mueca de lástima cruza su cara. Nos hemos convertido en amigos, compañeros de aventuras, pero yo todavía sigo viviendo en una cueva y ella nunca me ha preguntado por ello.

—¿Vives fuera de la ciudad?

—A sólo unos metros, en una pequeña cueva que encontré en un risco —explico, echando a andar hacia allí.

Aura me sigue, indecisa.

—¿No tienes... miedo?

—¿De qué? —pregunto, sorteando unas piedras en el camino.

Ya está cayendo la noche y la oscuridad engaña. Ese montón de piedras en la penumbra es traicionero. Segundos después de haberlas esquivado yo, escucho el quejido de Aura al golpearse el pie con ellas.

—¿Estás bien? —pregunto, deteniéndome para ayudarla.

—No debería estar aquí.

Entonces es cuando caigo en la cuenta de que tiene razón. Debería volver a casa, con su abuela, y no estar siguiendo a un lobo mentiroso hacia su cueva oscura.

—Tienes razón, ¿quieres que te acompañe a casa? —paso una mano rodeando su espalda cuando veo la expresión de dolor que pone al apoyar el pie en el suelo—. ¿Te has hecho daño?

—Se me pasará —declara, con un gesto de la mano.

—Entonces, ¿quieres que te acompañe a casa? —insisto, intentando paliar el haberla ignorado durante todo el camino.

Sé que no he hecho caso de su riña anterior y sé que debería pedirle disculpas por ello, pero... el gruñido es ahora lo que menos me importa.

—Quiero ver dónde vives —contesta ella, para mi sorpresa.

—¿Ahora? ¿Estás segura? Puedo traerte mañana, con la luz del sol —murmuro.

—Ahora está bien —dice, y bajo la luz de las estrellas veo que le brillan los ojos, como cuando un niño se ilusiona por algo, pero le da vergüenza admitirlo.

—Tu abuela se preocupará... —susurro, recurriendo a la parte racional de mi cerebro, porque mi corazón ya se ha acelerado al doble de velocidad. Y el suyo también, porque escucho sus latidos correr al ritmo de los míos.

Ella no dice nada, sólo me sonríe. Veo que se ha sonrojado y tengo ganas de abrazarla, pero no lo hago. Se separa de mí e intenta avanzar en el camino pedregoso que lleva hasta mi risco. La intento ayudar, pero me insiste en que puede caminar sola.

Tierra de huesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora