Capítulo 16

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Aura

Capítulo 16

Cinco días después, la jornada nos recibe con un sol cegador e intenso. Las temperaturas han subido de forma notable y el cielo está completamente despejado. El día de hoy no tiene nada que ver con el de ayer, como si el mundo hubiese percibido el mismo instante en el que se ha producido el cambio de temporada y se hubiese engalanado para ello. Para mi gran alegría, la calle está a rebosar de gente. Hombres, mujeres, niños, ancianos... todos se miran y se saludan con el júbilo propio de quien no ha visto a un amigo en mucho tiempo.

Siempre me ha sorprendido la capacidad de resiliencia que tienen algunas personas. Hace unos días, una mujer podía temer a su vecino, pero hoy, hoy se saludan como amigos de toda la vida.

Por supuesto, habrá mujeres que no se puedan recuperar de lo vivido en esta temporada durante mucho tiempo, pero, por fortuna, yo no soy una de ellas.

Para mi gran suerte, el mayor inconveniente que me supone la época de celo es el estar encerrada en un edificio y no poder ver a mi abuela. Sin embargo, me alegro de que sea así, no me gustaría tener que vivir la temporada en la calle.

Kleyer me sorprende a mitad de paseo por la ciudad. En realidad, no estoy paseando, sino que estoy regresando a casa. Mi abuela es una señora mayor y estar un mes y medio sola en casa cada año es más duro para ella. Ya le pregunté a la Madre Fahmy el año pasado si podía venirse con nosotras a la Iglesia durante la época de celo, pero la Madre me contestó que no podía permitirlo. No refugiamos a ninguna mujer en la Iglesia durante la temporada, no iba a hacer una excepción conmigo. Lo comprendí, por supuesto, pero no dejó de ser una desilusión.

—Qué extraño verte por aquí hoy —exclama Kleyer, mientras me sigue calle abajo hacia mi casa. Se le ve de buen humor.

—Lo sé, es raro hasta para mí. Después de un encierro de mes y medio, la ciudad se ve diferente.

A nuestro lado, pasa un carruaje cargado de barriles de cerveza. Probablemente vaya destinado a la zona de bares. Abrirán hasta bien entrada la noche durante estas primeras semanas de normalidad. No puedo evitar sonreír ampliamente, me llena de alegría ver la ciudad tan viva. La imagen que tengo ante mí no se parece en nada a lo que describía la carta de la Madre. Por un momento, me pregunto si no habrá sido todo una invención.

—No viniste estas últimas noches —dice entonces Kleyer, sacándome de mi ensimismamiento.

—Sí, lo siento, estuve liada con las tareas de la Iglesia. Algunas de las sacerdotisas no se encontraban muy bien después de la noticia de la Madre y tuve que ayudar con sus labores también.

—Lo entiendo —murmura, apretando el paso al ver que yo acelero—. Pero me dejaste con la intriga, ¿con quién tenías que hablar?

—Con Adranne —resuelvo, girando en la esquina de mi calle.

El corazón me empieza a latir fuertemente cuando ya diviso la puerta roja desvencijada en la lejanía. Sé que mi abuela me estará esperando dentro. No pisará la calle hasta que yo no lo haga con ella, es una tradición que tenemos.

—¿Adranne? —Kleyer parece alterado.

—Oye, Kleyer, voy a ir a ver a mi abuela —zanjo—. Luego hablaremos todo lo que tú quieras sobre esto, pero ahora mismo voy a subir a mi casa y le voy a dar un abrazo a la mujer que me ha criado, porque llevo un mes y medio sin verla.

Kleyer se queda parado, sin saber bien qué decir. Se le ha ensombrecido la mirada, lo que me hace arrepentirme del tono que he utilizado nada más cerrar la boca, pero acaba asintiendo.

Tierra de huesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora