Capítulo 46Los siguientes meses transcurren a la velocidad de un parpadeo. Desde el alba hasta prácticamente el anochecer, Tam y yo nos dedicamos a pelear. Lo hacemos de mil y una maneras diferentes, cuerpo a cuerpo, con armas, persiguiéndonos a través de las colinas, con juegos de caza y estrategia... he aprendido mucho de la manera de moverse de los monos en este tiempo, así como he recuperado en gran parte el físico y la agilidad con la que me encaramaba a los árboles cuando estaba en el clan. Graciella me acompaña la mayoría de las veces, aunque otras tantas se queda con Aura a ayudar en el grupo de niños que comenzó dirigiendo y que ahora rige ella sola. A pesar de que ya no es sacerdotisa, la Madre Superiora ha permitido que continúe con su labor, puesto que la guerra está ya muy cerca y que todas las funciones estaban asignadas para cuando se enteró del embarazo de Aura.
De Adranne no hemos vuelto a saber nada, a pesar de que, cada mañana al salir el sol y dirigirnos nosotros hacia la colina en la que estamos poniendo todos nuestros esfuerzos por ayudarme a sacar al lobo de mi interior, veo cómo Tam dirige una breve mirada hacia el horizonte. Una mirada angustiada y de esperanza a partes iguales. Creo que la cambiante mono muere un poquito cada mañana, cuando, tras echar un breve vistazo en la distancia, comprueba que Adranne no ha regresado hoy tampoco. No puedo evitar compadecerme de ella, pues ahora que sé que perdió a un hijo y que la serpiente le salvó la vida, creo que la ve como a una hija adoptiva, y me duele pensar que Tam haya podido a perder a dos seres queridos en tan poco tiempo.
Por supuesto, no sabemos si Adranne se encuentra a salvo o no, si regresará a tiempo o no y si lo hará con éxito o no, pero una parte de mí no puede evitar pensar que está muerta. Sé que es lista y ágil y que, si logran capturarla —algo difícil—, no morirá sin pelear. No obstante, y aunque jamás he estado en la Tierra de sangre, y menos en estos tiempos, si el fervor por la guerra es tal como dicen, no creo que haya tenido muchas posibilidades de éxito.
Ese pensamiento me angustia pues, aunque Adranne me irrita bastante más que a Tam, no puedo evitar que su ausencia me pese en el pecho como una piedra. Ya la sentí el día que desperté y poco después me enteré de que se había marchado. Antes de saberlo, este vacío ya se había instaurado en mi pecho, sin yo entender a qué hacía referencia. Y es que Adranne puede ser sarcástica, odiosa, cruel e incluso letal, pero cuando no está, se nota.
Así que dedico todos los días siguientes a su partida a pelear y a cuidar de Aura, para no pensar en nada más.
Seanet tiene la certeza de que el lobo late en mi interior y que sólo lo podré sacar en situaciones extremas y de peligro inminente. De vez en cuando ella también participa en las cacerías. A pesar de que no se transforma en ningún animal conocido, me ha sorprendido gratamente la velocidad y precisión de todos sus movimientos. Se comporta como un felino, subiéndose a los árboles y corriendo a través de la región como alma que lleva el diablo. Sin embargo, el tiempo pasa y yo no veo resultados. A veces siento unas extrañas cosquillas en las yemas de los dedos, o una breve sacudida que parece detener mi corazón por unos segundos y luego reanudar su marcha de manera brusca, pero nunca nada más que eso.
Siento que el pequeño grupo de cambiantes que formamos, al que le falta un miembro, se ha convertido en una barca sin velas que flota a la deriva, cuando hace tan solo unos meses éramos nosotros los que llevábamos el timón. Tam parece haberse sumido en un silencio mustio y entristecido. Seanet, aunque suele mostrar su habitual calma fría, está empezando a impacientarse, y lo noto en el timbre de su voz y en sus breves y repetitivos movimientos de nerviosismo. Yo, por mi parte, no puedo sentirme más desilusionado. El principio de la guerra se acerca y, si queremos pelear, parece que nos va a tocar hacerlo junto a los humanos en el, probablemente, bando perdedor.
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Tierra de huesos
FantasyAura es sacerdotisa en la Iglesia de huesos. Su abuela la introdujo en el sacerdocio para protegerla de los hombres, pues en época de celo, lo único que puede garantizar la seguridad es la Marca de fe. Pero, un día, un curioso muchacho irrumpirá en...