Capítulo 35

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Kleyer

Capítulo 35

Dedicamos la siguiente semana a avanzar a través del territorio de los monos. Tam me ha explicado que la mayoría de campamentos están situados en la zona sudeste, cerca del río. Nosotros avanzamos hacia el norte por la zona más al oeste del Bosque Hundido, evitando acercarnos demasiado a la frontera con la Tierra de sangre, por ello no nos cruzamos con ningún ser vivo racional en lo que dura nuestro viaje.

El día que llegamos a la frontera con la tierra de las serpientes, casi podría jurar que se aprecia el cambio de luz y de temperatura en el mismo punto en el que convergen ambos territorios. Tam propone descansar en un recodo cercano, situado bajo un montículo de rocas, ya que, ahora que vamos a cambiar de nuevo de zona, debemos volver a la rutina que teníamos en un inicio de avanzar de noche. Adranne nos explicó que, antaño, las serpientes eran más de hábito nocturno, pero la parte humana que los complementa, y de la que hacen más uso, terminó por ajustar sus horarios a los de la gran mayoría de seres vivos del bosque. A fin de cuentas, el ojo del ser humano no trabaja tan bien en la oscuridad.

Sin decir ni una palabra, me arrastro hacia donde ella dice y me dejo caer sobre el duro suelo. Estoy realmente agotado, a pesar de que no se me ha pasado por alto el desarrollo en los músculos del tren inferior que me ha dejado la actividad física diaria.

Un parpadeo después, Tam me despierta al anochecer con un susurro y un puñado de bayas en la mano.

—¿Estás preparado?

Pestañeo varias veces para ponerme en situación, mientras cojo las bayas que ella me ofrece y me las meto en la boca de una sola sentada.

—¿Para cruzar al territorio de las serpientes? —pregunto.

—Más bien para entrar en la boca del mismísimo infierno —dice, con sorna.

Pongo los ojos en blanco.

—Pobre Adranne, no hables así de su familia —murmuro, estirando los músculos de la espalda. Llevo tanto tiempo fuera de casa que he olvidado lo que es dormir en un jergón de pieles. Al principio se me quejaban los huesos, pero ahora soy capaz de dormir de un tirón en el mismo suelo sin que eso me moleste un mínimo.

—No quería ofender —responde Tam, ajena a mis pensamientos—. Adranne me cae bien y le tengo cariño, pero la fama de su familia de atacar antes de preguntar no les viene de la nada.

—Lo sé —suspiro, poniéndome en pie y recogiendo todas mis pertenencias.

—Lo has dicho resignado, ¿ese «lo sé» era por decir o porque realmente lo sabes? —pregunta, con un sonrisa irónica en los labios.

Alzo el muñón el alto.

—Cortesía de tu amiga la serpiente —mascullo, entre dientes.

Tam abre mucho los ojos, sorprendida.

—No me había dicho nada.

—Claro, ¿por qué te iba a decir doña perfecta que le hizo perder la mano al lobo en el que ahora busca ayuda?

Tam se ríe del tono que he puesto y yo no puedo más que corearla. Estaba furioso por haberme quedado tullido, y aún lo estoy algunas noches, pero, ahora mismo, el no disponer de la mano derecha es algo que ha pasado a un segundo plano. Tenemos algo más importante entre manos, y se nos está acabando el tiempo.

—¿Recuerdas el nombre que nos dio Adranne por si nos pillaban? —me pregunta entonces.

—Sí, Arisha. Tenemos que gritarlo antes de hacer cualquier otra cosa —respondo. He procurado grabarme esa palabra a fuego en la memoria. De todos los lugares en los que hemos estado hasta el momento, el clan de las serpientes me parece el más peligroso.

Tierra de huesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora