Capítulo 34

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Aura

Capítulo 34

Asciendo las escaleras en silencio, temiendo despertar a las vecinas del piso de abajo y que salgan a preguntar. No quiero preguntas, estoy agotada, sólo quiero acurrucarme durante días y no despertar hasta que la guerra haya terminado.

Cuando llego a casa de mi abuela, empujo la puerta con suavidad y la cierro de la misma manera a mi espalda, deseando encontrarme con mi cama de siempre, en mi casa de siempre. Estoy caminando de puntillas hacia el cuarto donde aún descansa mi lecho de la infancia cuando se prende una pequeña luz en el extremo opuesto de la cocina.

Mi abuela me sorprende con una lámpara de aceite sobre la mesa, una taza de té en una mano y un cuchillo en la otra. Pego un respingo en cuanto veo la imagen, pero enseguida suspiro de alivio y veo que ella también lo hace.

—Aura —dice—, eres tú. No sabía que vendrías, últimamente estabas durmiendo en la Iglesia.

—Sí, Nana, perdona por no haberte avisado, lo he decidido a última hora. Ya puedes soltar el cuchillo —comento, entre risas, mientras me acerco a la mesa y me sirvo yo también una taza de ese té que está tomando.

La abuela pone una mano sobre la boca de la taza cuando ya me la estoy llevando a los labios.

—No deberías tomar esto.

La miro, extrañada, y por un momento me parece ver en el fondo de sus pupilas algo de comprensión.

—Es fuerte, no te dejará dormir, y necesitas descansar —explica—. Últimamente llevas mucho encima.

Dejo la taza sobre la mesa y me dejo caer en la silla de al lado, agotada.

—¿Cómo van los entrenamientos con la novicia? —me pregunta, acariciándome el cabello como cuando era pequeña. Cierro los ojos, disfrutando del contacto.

—Me quiere matar —murmuro—. Me tiene todas las noches peleando con una vara de madera. No sé cómo no la veo, es muy rápida, tarda menos de un segundo en colocarse detrás de mí y aprisionarme con el palo, o en lanzármelo y golpearme un brazo o una pierna. Y luego se ríe y me llama torpe. Me da mucha rabia, pero lo peor es que tiene razón, si empuñase un arma de verdad, habría muerto ya cientos de veces.

—Oh, no seas tan dura contigo misma —susurra mi abuela, dándole un sorbo a la taza de té con la mano con la que no acaricia mi cabello—. Es algo nuevo para ti, sólo tienes que continuar intentándolo.

—Lo sé, pero a veces es agotador.

—Lo entiendo, cariño, la vida a veces se nos hace muy cuesta arriba, pero siempre hay algo por lo que merece la pena seguir adelante.

—No sé yo... —musito. Las caricias en el pelo me están llevando hacia la inconsciencia más profunda.

—¿Por qué dices eso? —pregunta mi abuela, a pesar de que yo apenas la estoy escuchando.

Se hacen unos instantes de silencio, instantes que yo debería haber rellenado con una respuesta, pero el cansancio me está pasando factura y no me siento capaz de articular palabra.

—Es por el muchacho, ¿verdad? —dice entonces, y sus palabras me hacen abrir los ojos.

Me incorporo ligeramente de su regazo y la miro, con la taza de té en la mano. Puede parecer una señora mayor e inocente, pero tiene ojos en todas partes. Igual que también puedo mentirle, pero sé que lo sabrá, así que me limito a asentir repetidas veces y a aguantarme las lágrimas.

Tierra de huesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora