Capítulo 12

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Capítulo 12

Cuando entra, me encuentra mirando hacia mi derecha, por donde ese asqueroso ofidio se ha marchado hace tan solo unos segundos. El corazón me late con fuerza, pero esta vez sé que no es por lo que ha dicho la niña, no es por Aura, es porque las reglas del juego han cambiado. Por algún motivo, la maldita niña a la que rescaté en la calle quiere hacerse con las gemas de la Iglesia, unas gemas que, hasta donde tengo entendido, contienen la esencia del Dios de huesos y protegen a los humanos de esta tierra con el escudo que la envuelve.

Cuando me giro hacia Aura, veo que dos profundas ojeras enmarcan sus ojos verdes, más apagados de lo normal. O quizás es la oscuridad del lugar, hoy es una noche sin luna.

—Es por mi madre —la oigo decir.

Tardo unos segundos en asimilar esa información, mi mente aún juega con las palabras de la serpiente. «Pronto se darán cuenta de cómo os miráis». ¿Y cómo nos miramos? ¿De verdad esa estúpida cambiante está en lo cierto y ha visto antes que yo que existe algo entre nosotros? O, al menos, ¿que existe algo por mi parte?

—Perdona, ¿qué? —balbuceo, cuando me doy cuenta de que me he quedado demasiado tiempo callado tras su afirmación.

Escucho con claridad su suspiro de decepción por no haberle prestado atención. Y su corazón, de nuevo, bombea con la intensidad de un terremoto. Lo siento como si lo tuviese junto al oído. Está muy nerviosa, lo que quiera que haya venido a decirme la altera. Tengo que escucharla.

—Es por mi madre —repite—. Me puse así el día que fuimos a las granjas por mi madre. No estaba enfadada contigo, sólo que... al fin lo había entendido.

Parece como si no se atreviese a acercarse a mí. Está varada en la puerta, bajo la escasa luz nocturna. Mi mente vaga hacia la idea de que debe de ser muy tarde y, sin embargo, ella está despierta, ¿no habrá podido dormir porque querría contarme esto?

—¿Qué es lo que por fin entendiste? —pregunto, intentando ubicarme, pero el latido de su corazón no me deja concentrarme. Me arde en las manos el deseo de abrazarla, susurrarle al oído que se tranquilice. Pero me contengo. Aprieto los puños con fuerza y me contengo.

—Lo que le pasó a mi madre, no me había sentido capaz de contártelo hasta ahora. De hecho, nadie más que mi abuela, la guarda y yo lo sabemos. Pero después de lo del granjero, Dios... —por fin se atreve a andar hacia mí, y yo aprovecho para empezar a rodear la mesa con lentitud para acercarme a ella—. Mi madre fue secuestrada, violada repetidas veces y despedazada después —suelta de golpe, en un resoplido.

Noto cómo la voz le tiembla y a mí me cuesta un poco más contener el impulso de estrecharla entre mis brazos.

Se queda callada un tiempo, a pocos metros de mí. La luz de la lámpara de aceite la alcanza lo justo y necesario para que vea patinar las lágrimas por sus mejillas. Está tomándose el tiempo necesario para poder hablar de nuevo sin que se le quiebre la voz.

—Me lo contó mi abuela antes de meterme aquí, a los trece —acaba diciendo—. Yo no lo sabía, hasta el momento pensaba que había muerto de tuberculosis cuando yo era apenas un bebé. Esa era la versión que siempre me contó mi abuela —no se atreve a mirarme.

Yo me cruzo de brazos y la estudio. Está preciosa, el cabello castaño y ondulado le cae con gracia sobre los hombros y escupe curiosos reflejos cobrizos bajo la luz. Sin embargo, esos ojos, tan tristes...

—Cuando me vino el período, mi abuela se empeñó en que me uniese a las sacerdotisas. Yo no quería. No quería abandonar la vida que llevaba junto a ella, a pesar de que puedo seguir viendo a mi abuela siempre y cuando no sea época de celo —levanta la cabeza hacia mí y me mira. Sus ojos vidriosos arrancan el motor de mi corazón y maldigo en silencio a la estúpida cambiante por tener razón—. Luché mucho contra ella para que cambiase de opinión, pero su decisión era firme, pensaba meterme en la Iglesia aunque fuese en contra de mi voluntad. Quise saber por qué —suspira—. Entendía su preocupación por la época de celo. Acababa de empezar mi edad fértil y a partir de ese momento tendría que llevar mucho más cuidado, pero existen refugios subterráneos donde muchas mujeres se ocultan en esta época, no iba a ser tan difícil, ¿por qué tenía que unirme al sacerdocio?

Tierra de huesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora