Capítulo 48

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Kleyer

Capítulo 48

Me quedo parado, sin saber bien qué decir, mientras Aura se incorpora con dificultad bajo la luz de las estrellas. La veo cansada, y más demacrada de lo que la recuerdo del primer día que la conocí. A excepción de por el vientre del embarazo, está prácticamente en los huesos. Me fijo en los pantalones de lino que lleva puestos, una prenda que su abuela le ha cosido para poder caminar de manera cómoda y fresca. A pesar de la oscuridad, sólo interrumpida por el tenue resplandor de la bóveda celeste, distingo con claridad la mancha de la humedad en su entrepierna. Cuando levanto la vista, paso por su torso desnudo, que el loco de la antorcha ha dejado al descubierto al rasgarle la blusa de arriba abajo. Está muy hermosa. Es hermosa. El vientre abultado, sus diminutos pechos y la Marca, coronando la piel desnuda de su cuello, la hacen parecer una verdadera reina.

—¡Kleyer! —exclama, devolviéndome a la realidad—. Tenemos que hacer algo, acabo de romper aguas.

En la lejanía, se escuchan los gritos procedentes de la Iglesia. Un fulgor anaranjado en la distancia indica que la hoguera que habían encendido en el interior del edificio no ha hecho otra cosa que ir a peor. Si nos estaban persiguiendo, ya no parece que lo estén haciendo o, al menos, les hemos dado esquinazo. No obstante, esto no me tranquiliza en absoluto, porque tenemos muchos problemas encima, y no es sólo el bebé que ya viene, la guerra va a empezar en pocas horas, han robado las gemas de hueso y parece que están empezando a haber movimientos insurgentes entre la población. Probablemente, lo que pretendía el ladrón con su robo era precisamente esto, generar el caos. Quizás es un traidor, y se ha hecho pasar por uno de nosotros cuando su objetivo, en realidad, era abrirle las puertas al Dios de sangre.

—¡Kleyer! —grita Aura, de nuevo, cada vez más nerviosa.

Cuando la veo doblarse en dos debido a lo que, supongo, es el dolor de una contracción, me apresuro a ponerme en movimiento.

—Tenemos que ir a casa de Juppa, ahora —murmuro—. Vas a quedarte allí esta noche y allí darás a luz. Voy a dejarte y regresaré a tu casa para recoger lo necesario. Avisaré a tu abuela también.

Todo parece muy lógico y coherente para el caos en que nos encontramos, pero Aura me agarra del brazo y me mira con ojos suplicantes.

—Por favor, no quiero estar sola —susurra.

—Y no lo estarás.

Llevo una mano a su rostro y le acaricio la mejilla, como ella ha hecho esta mañana conmigo.

—Todo irá bien. En cuanto recoja las cosas, iré con tu abuela y no me separaré de tu lado.

Aura se muerde el labio inferior cuando un nuevo dolor la atraviesa de parte a parte. La sostengo por los brazos para que no pierda el equilibrio al inclinarse. Cuando parece recuperarse, asiente con la cabeza y echa a andar en dirección a su casa. En nuestra huida de la Iglesia hemos acabado en la otra punta de la ciudad, donde la cosa parece estar más calmada. Pero, conforme nos vamos acercando al barrio donde vive con su abuela, empezamos a ver los estragos de las noticias. La gente corre de un lado para otro, aterrada, portando cosas y armas, tocando a las puertas cerradas a diestro y siniestro, buscando una tras la que poder esconderse o preparando un hatillo para dejar atrás la ciudad.

Se supone que la Iglesia había organizado grupos de diferentes categorías para estar preparados a la hora de llegar al enfrentamiento, pero la realidad es algo muy distinto. Sin las gemas, o simplemente por la certeza de que ha llegado el momento de poner en riesgo sus vidas para defender la Tierra de huesos, las personas de esta ciudad parecen haberse dado cuenta de que nadie quiere sacrificarse por ella.

Tierra de huesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora