Capítulo 36

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Aura

Capítulo 36

Cada día me cuesta más levantarme e, irónicamente, cada día me siento más fuerte. Las temperaturas han ascendido hasta alcanzar un valor relativamente agradable, un valor con el que una se puede permitir el lujo de no llevar puesta la capa roja. Pero yo la voy a seguir llevando, es mejor así, es una muestra del rango que ostento y de...

—¡Vaya con la dormilona! —exclama una voz, interrumpiendo mis pensamientos.

Me acerco a Adranne, que ya está dando instrucciones a diestro y siniestro a los miembros del grupo que llevamos ya varias semanas regentando. La mayoría son niños, con lo que nos toca lidiar con más de una fechoría a lo largo del día. La novicia, sin embargo, parece estar en su salsa.

—No entiendo cómo puedes tener esa energía de buena mañana —escupo, acercándome a ella y ayudándola con una caja de cuchillos para afilar.

—¿Y por qué no? Ha salido el sol, los pájaros cantan, es un gran día.

—Es un día menos para la guerra —farfullo, molesta por su exagerado optimismo.

—Sí, es cierto, y precisamente por eso no me lo voy a pasar lamentándome. Si voy a morir en unos meses, prefiero vivirlos con la máxima alegría.

—Ya... —la sigo a través de una hilera de mesas, ayudándola a repartir montones de cuchillos frente a los niños que ya están sentados a ellas. Qué ironía. No creo que ninguna de las madres de estas criaturas les deje coger en casa uno de estos utensilios y, sin embargo, se van a pasar los próximos días no solo con ellos en las manos, sino afilándolos para hacerlos todavía más mortíferos.

—¿No te están sentando bien los entrenamientos? —pregunta entonces.

—Sí, la verdad es que me siento más fuerte y ágil.

—Eso es estupendo, ¿no? —exclama, girándose hacia mí con una sonrisa boba—. ¿Entonces cuál es el problema? ¿Por qué estás tan cansada?

Me encojo de hombros, aunque no puedo evitar morderme el labio inferior, dubitativa. Adranne enarca una ceja, no se le pasa por alto mi breve lapso de duda, pero no pregunta.

—Deberías dormir más. Debe de ser la edad, tendrás los músculos atrofiados —dice, riéndose.

Un grupo de niños se exalta cuando Adranne se cansa de ir metiendo la mano en la caja para hacer el reparto y decide volcar los cubiertos restantes sobre la última mesa. Los cuchillos caen con estrépito formando un pequeño montón reluciente bajo el sol de media mañana.

—Sólo te saco seis años —replico, cuando el ruido cesa y los niños dejan de proferir gritos.

—Lo sé, pero, francamente, no tengo muy claro cuánta edad mental nos llevamos tú y yo. Puede que... no sé, yo sea más madura —la novicia se encoge de hombros y se marcha envuelta en una aguda risita.

Pongo los ojos en blanco y sacudo la cabeza. Al principio me sacaba de quicio, pero ya llevo muchas semanas trabajando con ella y me he acostumbrado ya a recibir pullas cada cinco minutos. No voy a mentir, algunas hasta me hacen gracia.

Camino entonces hacia el lado opuesto al que se ha marchado Adranne, supervisando las mesas donde los niños toman los cuchillos con sumo cuidado. Algunos de ellos son muy pequeños, pero, lejos de lo que yo esperaba, que es que cogiesen los cuchillos y matasen a alguien sin querer, jugando, los agarran con el mismo mimo con el que se agarra una copa de cristal. Con cuidado, temerosos de que un movimiento en falso pueda hacerla añicos. O, en este caso, que un movimiento en falso pueda hacer añicos a alguien, o a algo, como un dedo meñique, por ejemplo. No sería la primera vez que viese cómo alguien se rebana un dedo de la mano por no llevar más cuidado.

Tierra de huesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora