AuraCapítulo 20
Me siento diferente cuando abro los ojos a la mañana siguiente. Y no tiene nada que ver con el dolor de espalda que me ha dejado el dormir tendida sobre la vasta roca. Tampoco el ligero temblor que me ha acompañado durante toda la noche debido al frío nocturno, por muchas pieles que Kleyer me haya echado encima. No es eso lo que ha cambiado en mí. Lo que ha cambiado tiene más que ver con que he compartido lecho con un chico, y lo he hecho sin haberme visto obligada, fuera de la época de celo y por el mero placer de hacerlo.
Me incorporo ligeramente y me giro para contemplar su rostro dormido. Se le ve relajado, mucho más de lo que lo haya visto nunca, como si por fin hubiese podido dormir en paz. La melena dorada le cae sobre los ojos cerrados. Utilizo dos dedos para apartársela con suavidad y contemplar las marcas de su frente, provocadas por el sol.
Cuando abre los ojos, me encuentra sentada, espalda apoyada contra la roca y mirando al horizonte a través de la entrada de la cueva. Intento entender el por qué me siento así, el por qué me volqué anoche de esa manera con él. Kleyer habló de amor, pero el amor... el amor es un mito, igual que el don, una emoción ineficiente y extinta de una época anterior a los dioses.
—Estás despierta —susurra, carraspeando para aclararse la voz.
Me limito a asentir, sin dejar de mirar el cacho de cielo que se vislumbra a través de la abertura.
—Supongo que no habrás pasado la mejor noche de tu vida, este suelo es tremendamente incómodo —dice, levantándose con lentitud y acercándose a mí.
—Tú, en cambio, parecía que dormías como nunca antes lo habías hecho —comento, mientras él se acomoda a mi lado y me pasa una de sus pieles por encima.
—Han sido muchas noches incómodas, hasta que compartí cama contigo —explica, con total sinceridad.
Su mano busca la mía de manera inconsciente y a mí me parece el gesto más natural del mundo, como si lo hubiésemos hecho así toda la vida o como si simplemente estuviésemos destinados a entrelazar nuestros dedos. Yo me dedico a analizarlos y me sorprende encontrar que su mano encaja perfectamente con la mía. Es algo que nunca antes había visto, esta expresión de cariño de una manera tan desinteresada.
—¿Te encuentras bien? —me pregunta—. Estás muy callada.
—Estoy pensando.
—¿En qué?
Levanto la mirada hacia él y la fijo en sus ojos verdes, intensos, como los míos.
—Nunca antes había visto dos manos entrelazadas —digo, alzando las nuestras en alto—. Esto es un gesto de amor, ¿verdad?
Él asiente con firmeza.
—Estoy empezando a distinguir esa emoción de las demás, de la ira, el miedo, la pena... ahora la veo clara, pero sigo sin entender por qué a mí. Se supone que el amor no existe, Kleyer.
Él se encoge de hombros.
—No tengo una explicación para eso. Allí de donde vengo tampoco se ve mucho.
—Pero se ve, ¿no? Sabías lo que era, lo identificaste cuando te lo describí.
—Sabía que se trataba de amor desde mucho tiempo antes de anoche —susurra.
Abro los ojos, sorprendida.
—Vas a tener que enseñarme muchas cosas, anoche me sentí muy torpe e ingenua.
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Tierra de huesos
FantasíaAura es sacerdotisa en la Iglesia de huesos. Su abuela la introdujo en el sacerdocio para protegerla de los hombres, pues en época de celo, lo único que puede garantizar la seguridad es la Marca de fe. Pero, un día, un curioso muchacho irrumpirá en...