Capítulo 61

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Kleyer

Capítulo 61

Llevo algo más de doce horas esperándola, dando vueltas como un idiota en el claro que hemos tomado como referencia, pero ella no aparece. He visto el sol ponerse y el sol salir y, durante ese tiempo y sin poder pegar ojo, la intranquilidad ha ido embargándome poco a poco. Quedamos en que, si uno de los dos no aparecía en el lugar y momento que habíamos concretado, pasadas doce horas, el otro regresaría al clan en busca de ayuda. Ese tiempo se ha cumplido, pero yo no me atrevo a abandonar mi posición, seguro de que ella va a volver, de que está a salvo.

Caminando sin descanso en el pequeño espacio del claro, dejo pasar un par de horas más, observando cómo el bosque se va tiñendo de naranja con lentitud y suavidad. El sol comienza a avanzar en su incansable camino a través del cielo, embriagándome con el calor de un nuevo día, que se prevé nefasto para mi familia.

Sin apartar la mirada del punto en el que la vi aparecer las últimas veces, comienzo a caminar de espaldas, nervioso y asustado, empezando a reconocer esta idea como una locura que puede haber llevado a mi hermana al peligro más absoluto, simplemente por el puro egoísmo de verme perdonado. Pero nada, mis deseos no la hacen aparecer entre los árboles, así que termino por bajar la mirada y girarme hacia el norte, dispuesto a presentarme ante mi madre con la noticia y luego a renunciar a ellos definitivamente. Ella se empeñó en acompañarme, en contra de los deseos de mi madre, pero yo dejé que lo hiciera. Yo debería haber dicho «no», yo, y nadie más que yo.

—¡Kleyer! —me parece escuchar a mi espalda.

Con las lágrimas a punto de desbordarse de mis ojos, me detengo en seco. El tiempo parece congelarse durante un instante, momento en el que no escucho más que el zumbido de algún insecto y la caricia de la brisa que baila a mi alrededor. Estoy empezando a convencerme de que escucho voces cuando la llamada vuelve a producirse, con más intensidad.

—¡Kleyer! —la oigo gritar.

Vuelvo sobre mis pasos casi tropezándome conmigo mismo.

—¡Graciella! —la llamo.

Estamos en territorio de lobos, así que no me asusta que ningún cambiante pueda escucharme. Las intrusiones de humanos en el bosque, no obstante, son otra historia, pero ahora mismo eso me importa bien poco. He estado a punto de dar a mi hermana por perdida, qué ingenuo he sido.

—¡Kleyer! —la escucho llamarme. Una delgada figura se abre paso entre los árboles, corriendo entre ellos a la velocidad del rayo.

—¡Graciella! —vuelvo a exclamar. Las lágrimas terminan de desbordarse de mis ojos y dejo que rueden mejillas abajo a la vez que me abalanzo sobre ella una vez accede al claro.

—¡Kleyer! —vuelve a gritar, con profunda alegría, pero yo ya tengo la nariz hundida en su pelo. Su olor familiar llega hasta mis fosas nasales como un bálsamo y calma hasta la última de las células de mi cuerpo.

—¡¿Dónde estabas?! —grito, fuera de mí, cogiendo su cara entre mis manos y apretándole las mejillas. No puedo reñirla, no después de haber pensado que la había perdido. Le he gritado, sí, pero con una sonrisa de profundo alivio en los labios—. Me tenías muy preocupado, pensaba que te había pasado algo.

—¡Suéltame! —exclama, carcajeándose.

Cuando se separa de mí, veo que sus mejillas han adquirido una tonalidad rojiza allí donde yo las he apretado. O a lo mejor es el esfuerzo de la carrera el que las ha pintado así. En todo caso, se la ve realmente contenta, a pesar de tener las rodillas llenas de tierra y el pelo alborotado.

Tierra de huesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora