Capítulo 11

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Capítulo 11

Tardo casi una semana en atreverme a poner un pie en la Iglesia. Lo hago de noche, sigiloso y agazapado, como siempre. Cuando llego a la puerta de la biblioteca, me quedo junto a ella, esperando. Sé que tengo la llave y que puedo entrar si quiero, como también sé que debería hacerlo, porque me estoy colando en el templo, así que no debería permanecer a la vista más tiempo del necesario. Pero espero un poquito más, deseando que Aura aparezca por el otro lado del corredor.

No he tenido ocasión de ver cómo está desde que la dejé con su amiga Juppa hace unos días, traumatizada. La he observado desde la lejanía alguna que otra noche, pero siempre la veía tan pensativa que me decía a mí mismo que ese no era el día.

¿Por qué hoy? No lo sé, quizá porque he creído que ya había dejado pasar demasiado tiempo sin consultar esos archivos.

Espero casi diez minutos más, pero Aura no hace acto de presencia, y eso que le toca guardia durante todo el mes. Apesadumbrado, saco el manojo de llaves en el más absoluto silencio y entro a la biblioteca.

Al otro lado, me recibe una densa oscuridad, pero mis ojos acostumbrados a la luz natural de la noche se adaptan con facilidad. Pronto empiezo a distinguir las siluetas de los estantes, las mesas y las lámparas de aceite sobre ellas. Me aproximo a una y la prendo.

A mi alrededor, se descubre la misma estancia que vi la primera vez, solitaria y bañada en sombras por la poca iluminación. No es demasiado grande, apenas habrá una veintena de estantes, pero menos hay en el bosque. Confío en que algún cambiante lobo quisiera escribir en algún momento sus memorias, ayudándome a descubrir lo que necesito.

Decido ponerme manos a la obra y vuelvo al punto de partida, la estantería que visité el primer día, donde encontré información sobre los cambiantes. Extraigo el volumen que dejé a mitad cuando Aura me echó y procedo a leerlo desde el principio. No son unas memorias, sino que más bien parece un libro de historia, como si los cambiantes ya nos hubiésemos extinguido y alguien hubiese decidido contar la vida y maneras de esos extraños seres que antaño poblaban los bosques.

Cuando lo descubrí el primer día, identifiqué automáticamente al autor como humano en cuanto vi su manera de describir el cuerpo de los lobos. Nada de fortaleza, robustez y elegancia, sino más bien garras, ferocidad y hambre voraz, la descripción que haría una presa.

Paso un par de horas leyendo, sin encontrar nada nuevo más allá de una breve explicación sobre lo que es La iluminación. Nada de cómo conseguirla. Nada sobre esos pobres individuos que no la reciben. Nada sobre aquellos que nacen en un grupo de cambiantes y en realidad son simples humanos. No puedo evitar sentirme frustrado.

De vez en cuando miro hacia la puerta, con la esperanza de ver una sombra que me indique que ella está al otro lado, pero mi oído desarrollado no me informa de que haya nadie cerca. Estoy seguro de que escucharía su respiración si estuviese en el pasillo. O su corazón. Lo que me lleva a recordar lo asustada que estaba cuando estuvimos en las granjas. Me sorprendió la intensidad con la que captaba sus latidos, como si su corazón fuese el mío y no el de otra persona.

Un ruido me saca de mi ensimismamiento. Me pongo en pie con rapidez, dispuesto a apagar la lámpara de aceite en cuanto sienta cómo alguien pone las manos sobre el picaporte. Me quedo muy quieto, respirando lo mínimo posible, esperando.

El sonido tarda en producirse de nuevo, pero lo hace a mi izquierda, sobre la mesa. Quien quiera que sea, está dentro de la biblioteca. Alumbro en esa dirección. No estoy asustado, ninguna de las mujeres que hay aquí podría hacerme ningún daño, pero no me gusta no haber podido detectar su presencia.

Tierra de huesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora