Capítulo 60

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Capítulo 60

La vida se vuelve perezosa en esta casa. Pasan los días, las semanas, los meses y los años y el recuerdo de los cadáveres a mi alrededor cuando desperté en la recién tomada ciudad de Tennesis se convierte en polvo. A veces cruzo el pequeño bosque para otear el horizonte, pero nunca descubro nada nuevo. Ya hace mucho que las columnas de humo se apagaron y que la ciudad quedó reducida a una diminuta línea en la distancia. Si han construido edificios nuevos, no puedo saberlo desde aquí porque estamos demasiado lejos, pero todavía demasiado cerca como para estar a salvo. Claro que eso me lo decía el primer día, la primera semana, el primer mes, luego empecé a dejar de tenerle miedo a una gente que nunca había visto y a una guerra que nunca llegué a sentir sobre la piel, al menos que yo recuerde.

La anciana y yo vivimos en completa austeridad. Reutilizamos las pocas prendas y sábanas que había en la casa, arreglamos las sillas y los utensilios con lo que tenemos a nuestra disposición cuando se rompen y tratamos de moldear la naturaleza a nuestro antojo, dentro de nuestras posibilidades.

Muchas noches, salgo a cazar algo para nosotras. No sé en qué momento aprendí a hacerlo con tanta facilidad, pero la anciana tampoco me lo pregunta, no mientras le lleve algo que llevarse a la boca durante la noche.

En invierno encendemos una hoguera en el interior de la casa. Antes teníamos miedo de que nos descubrieran si veían el resplandor de las llamas, pero pronto comprendimos que estábamos demasiado lejos y que éramos demasiado insignificantes como para que se preocuparan por nosotras.

Durante este tiempo con ella, he tenido la oportunidad de recorrer el bosque de principio a fin en múltiples ocasiones, de ejercitarme inventándome mis propios entrenamientos, sorteando los obstáculos naturales del terreno o persiguiendo conejos y zorros. También he podido alejarme de la casa hacia el norte lo suficiente como para darme cuenta de que la Vieja tenía razón. Nuestro pequeño refugio se sitúa entre un diminuto bosque y unos acantilados tan cortantes y abruptos como el filo de una sierra. Allá abajo, las olas rompen contra la base con la ferocidad de un titán. Sería inviable salir al mar a través de ellos, hay demasiada altura y no parece existir ningún paso seguro por el que descender hasta el agua.

A lo lejos, sin embargo, soy capaz de percibir la silueta de las Islas Talladas en los días que no hay bruma. Están lejos y a la vez tan cerca como estirar la mano y tratar de agarrarlas, pero sé que son un sueño imposible, una vana esperanza. No sé qué haré en el futuro, pero, de momento, quedarme en esta casa junto a la anciana parece mi mejor opción.

No sabemos qué ha pasado con Parmonia, cuándo terminó la guerra o cómo lo hizo. Tenemos la creencia de que ahora todo el territorio rinde culto al Dios de sangre, que sus creyentes habrán aniquilado todo recuerdo de tiempos pasados y que solamente habrán mantenido en pie por puro interés propio las casas germinadoras, pero lo cierto es que no lo sabemos, nos hemos desvinculado completamente de la historia.

El tiempo aquí pasa lento y pausado, con la holgazanería de un muchacho que no quiere levantarse a trabajar, pero resulta muy agradable esta vida, ver pasar las horas y las estaciones. He adelgazado mucho durante estos años, mis pechos terminaron por encogerse y dejar de derramar leche y la intranquilidad de saber que alguna vez tuve un hijo y una vida terminaron por disolverse en la quietud de esta vida de autosuficiencia.

Una mañana de caluroso verano, recogiendo agua del riachuelo con un pozal metálico que encontramos sepultado entre unos escombros, me parece oír voces. Asustada, casi cometo la imprudencia de dejarlo caer sobre el suelo, pero me obligo a mí misma a mantener las manos fuertemente asidas al asa. El corazón late desbocado en mi pecho, impidiéndome percibir al detalle cualquier sonido, pero la inquietud me embarga cuando confirmo que, efectivamente, lo que he escuchado son voces humanas.

Tierra de huesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora