Capítulo 25

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Kleyer

Capítulo 25

Dedicamos varias noches a avanzar a través de la floresta, siempre en fila india, armas a punto y en el más absoluto silencio. Tam ha creído que era más seguro desplazarnos hasta la Tierra de carne a través del Bosque Hundido que a través de cualquiera de las tierras humanas. No entiendo el por qué de semejante creencia, porque llevamos ya varios días recorriendo tierras del clan de las serpientes.

De momento no hemos tenido ningún encontronazo, como el que yo tuve, pero, por si acaso, Adranne nos preparó para ello. Nos dio su nombre del clan, Arisha, y nos dijo que lo gritásemos en alto antes de hacer cualquier otra cosa, sólo así tendríamos opciones de negociar con ellas.

No es que no confíe en que todo un grupo de serpientes asesinas vaya a reprimir sus ansias de sangre por nombrar a una simple niña de los suyos, pero me alegro de que de momento no nos hayamos encontrado con ninguna de ellas. Y Tam también. No me lo ha dicho expresamente, pero se le nota en la tensión de los músculos que no le gustaría tener que enfrentarse a una situación como esa siendo ella un mono y yo un lobo sin garras ni colmillos.

A mediados de la segunda semana, encontramos una pequeña cueva y decidimos refugiarnos en ella, aunque todavía no ha amanecido. Hasta el momento, siempre hemos avanzado de noche y descansado de día, con el fin de evitar ojos indiscretos, pero no podemos rechazar un refugio como este, sobre todo cuando llevan sonando truenos casi toda la noche.

Tam se guía apoyando las manos en las paredes y yo la sigo, en silencio.

—No es muy profunda —susurra, en cuanto choco contra su espalda al poco de entrar en ella.

—Ya veo, pero al menos nos guareceremos de la lluvia —comento. Y, como si el planeta me hubiese escuchado, de manera automática comienza a llover.

Tam y yo nos sentamos, suspiramos y estiramos las piernas sobre el suelo, agarrotadas como están de la continua posición de tensión con la que caminamos cada día.

—No tardaremos mucho en llegar a tierras de mi clan —murmura, mientras rebusca en su macuto algo que llevarse a la boca.

—Vaya con las serpientes, tienen más terreno que nuestros dos clanes juntos —farfullo.

Tam se encoge de hombros, sin darle importancia, lo que me lleva automáticamente a pensar en las comparaciones que expuso Adranne para las tres especies de cambiantes: el mono, aquellos a los que todo les da igual.

Ajena a mis pensamientos, la cambiante me ofrece un puñado de bayas de las que ha recolectado hoy en el bosque. Agradecido, cojo algunas y me apoyo contra la pared del refugio. La situación me recuerda intensamente a Aura, y no puedo evitar preguntarme en qué estará pensando, qué estará haciendo y si estará a salvo. Le dejé a Adranne la tarea de cuidarla, pero vi en su cara que no pensaba hacerme caso.

—¿Cómo os conocisteis? —me pregunta entonces Tam, como si me hubiera leído el pensamiento—. Parecías algo ido —explica—. He deducido que estarías pensando en ella.

Esbozo una sonrisa torcida y me zampo la última baya.

—Bueno, yo fui desterrado y, en mi búsqueda de respuestas, supongo que la encontré a ella —murmuro.

—¿Crees que ella es la respuesta a todas tus preguntas?

—No. Pero creo que ella es algo seguro, algo que no me hace sentir menos, como hacía mi padre constantemente, algo parecido a un hogar.

Tierra de huesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora