Capítulo 54

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Kleyer

Capítulo 54

Me desplomo sobre un charco de barro, agotado. Sin apenas darme tiempo a prepararme, vuelvo a ser un chico humano, sin ropa, tiritando de frío y con el corazón marchito. Suspiro contra el lodo, provocando que algunas piedrecillas húmedas se me terminen metiendo en la boca. Las escupo, pero sigo sobre el barro, con el pulso acelerado y todo un bullicio de pensamientos hirviendo en mi cabeza.

Cuando la electricidad del escudo divino me atraviesa de parte a parte, una porción de mi alma me pide que me quede quieto donde estoy. La abuela de Aura terminará llegando hasta mí, me encontrará aquí tirado y acabará con mi vida sin dar más explicaciones. Seguramente no cuente con más que ese cuchillo de cocina que tenía en su casa, y probablemente no sepa ni manejarlo. La muerte será tortuosa, quizá porque ella lo quiera así, quizá por su poca maestría en la matanza de seres vivos. No obstante, tirado sobre este charco de lodo, nada me parece más apetitoso que la muerte. ¿Qué merezco, si no? He acabado con una vida sin motivo alguno, con la vida de la persona a la que más he querido en este mundo, ¿cómo voy a poder perdonarme eso? ¿Cómo voy a poder levantarme cada mañana y mirar a mi gente a la cara, a mi hijo a la cara? ¿Cómo? Tanon ha dicho que la mejor tortura que me puedo proporcionar a mí mismo es el continuar vivo, rememorando una y otra vez lo que hice, volviéndolo a ver en los ojos huérfanos del hijo que tuve con ella.

¿Soy demasiado cobarde por desear la muerte? ¿Es la salida fácil entonces? ¿Unos minutos de agonía por toda una eternidad de paz?

Escucho unos pasos tras de mí. Están amortiguados por el sonido de la lluvia golpeando las hojas de los árboles, pero, aún así, los percibo. Mis instintos de lobo se han agudizado hasta un nivel extremo. Probablemente la criatura que se acerca está todavía algo lejos, pero ya la detecto y no hago ni un solo movimiento para escapar. Me quedo aquí tirado, maldiciendo mi vida, mi existencia y mi condición de cambiante.

El ser se aproxima con cautela. Quizá piensa que no lo estoy escuchando, pero sí lo hago. Simplemente, no pienso defenderme de nada. Estoy cansado, dolido y atormentado.

—¿Kleyer?

Cierro los ojos. Una parte de mí suspira de alivio, pero casi todas las fibras de mi carne reaccionan ante el sonido de su voz. Supongo que esperaba que fuera ella, con el cuchillo en la mano, dispuesta a darme mi redención.

—Serpiente —mascullo, contra el barro.

Una pequeña Adranne de ojos grandes se acerca a mí y se agacha a mi lado. No trata de levantarme.

—¿Te has caído?

—Me he rendido —suspiro, sin mirarla. No quiero que vea en mis ojos la vergüenza ni el deseo de muerte.

—Si te rindes, entonces tu padre tenía razón —murmura.

Levanto la cabeza lo justo y necesario para cruzar mi mirada con la suya.

—No recuerdo haberte contado nada sobre mi padre.

—Sí lo hiciste —añade—. Me dijiste que pensaba que eras un cobarde, que no eras digno del clan de los lobos.

—Tenía razón, entonces —suspiro.

—Ya veo.

Durante unos instantes, ninguno de los dos dice nada más.

—¿A qué has venido? —termino por preguntar.

—Te estaba buscando. A ti, y al ladrón de gemas.

Tierra de huesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora