Capítulo 14

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Capítulo 14

Las hermanas escuchan el relato con atención cuando la Madre las convoca en la sala de reuniones. La mayoría se ha sorprendido de que les dijésemos de dejar lo que tenían entre manos para acudir a una reunión exprés, pero otras, como Loya, que es la mano derecha de la Madre, parece que ya tienen una ligera idea de qué va el tema.

Yo me siento en mi sitio habitual y trago saliva. Juppa y Angelica me miran con un interrogante en los ojos, pero yo solamente niego con la cabeza y las insto a escuchar lo que la Madre tiene que decir.

Cuando la Madre Fahmy abre la boca, un escalofrío me recorre toda la espina dorsal. Ahora que va a hacer este comunicado oficial, parece que el peligro se vuelve mucho más real, más tangible.

La Madre empieza por los inicios de la historia, cuando los tres Dioses llegaron a esta tierra y bendijeron a tres humanos, dos hombres y una mujer, con el don. Algunas sacerdotisas fruncen el ceño al escuchar esa introducción, otras incluso se ríen. Esto es lo primero que se enseña en las lecciones de infantes, comprendo que les parezca de chiste que la Madre lo esté explicando a estas alturas de su vida.

La Madre, no obstante, hace caso omiso de las risitas y continúa su relato.

Cómo la gente empezó a seguir a los bendecidos, generándose divisiones en un pueblo que hasta entonces había sido único. La forja de las tres Iglesias y las constantes disputas por dónde empezaba un territorio y dónde terminaba otro. La extinción del don, que sólo se transmite por rama materna, cuando los dos bendecidos de sexo masculino fallecieron al cabo de los años. La tensión entre Iglesias, que se acrecentó cuando la Iglesia de sangre, que era la única que conservaba el don en su linaje, quiso extender su poder al resto de territorios. Y la guerra a la que conllevó este acto.

—Disculpe, Madre —la interrumpe Ylia, un sacerdotisa que, de normal, suele ser bastante callada—. ¿A dónde quiere ir a parar con esta historia? Bueno, creo que todas aquí conocemos la cronología de Parmonia —Ylia nos repasa a todas con la mirada, buscando adeptas a su interrupción. Algunas se atreven a asentir, pero ninguna dice nada. No es respetuoso interrumpir a la Madre Superiora.

La Madre Fahmy, no obstante, no parece molesta por la intervención. Escucha las palabras de Ylia con paciencia y responde a su comentario en cuanto termina de hablar:

—Entiendo tu frustración, Ylia, pero necesito que os pongáis en situación y creo que es mejor si hacemos un repaso de la historia primero.

La sacerdotisa asiente, no muy convencida, a lo que la Madre continúa:

—Visto que todas conocéis la historia de Parmonia, no me extenderé más con ella. Lo importante de todo esto es que, a pesar de que la guerra terminó hace ya bastantes siglos, en los corazones de algunas personas todavía no se ha aceptado ese tratado de paz que llevó a delimitar los tres territorios a como están hoy en día.

—Todas sabemos que hay fanáticos en la Tierra de sangre, Madre —comenta Gámida, con una sonrisa en la cara—. Nunca han sido un problema.

—Pues ahora lo son —replica la Madre, ahora sí, algo molesta por esta segunda interrupción—. Tengo contactos en la Iglesia de sangre y llevan algunos meses escribiéndome para notificarme sobre algunos... rumores.

—¿Qué clase de rumores? —habla ahora Adranne, para la que hemos habilitado una silla en la mesa redonda, justamente frente a la Madre.

—Pensaba que, de todas las que estamos aquí, quizá tú eras la que podía saber algo de todo esto, habiendo pertenecido tu madre a la Iglesia de sangre —dice la Madre. La novicia no añade nada más, así que la Madre pasa a soltar la dura realidad con la que yo me he encontrado esta mañana—: Rumores que ya no son simples rumores. La Tierra de sangre está reuniendo adeptos, quieren reavivar la vieja llama de la guerra, no se quedaron conformes con la parte que les tocó de tierra y no van a permitir que otros Dioses que para ellos son insignificantes ocupen un tercio de lo que les corresponde.

Miro a Adranne, buscando en su mirada sorpresa, pero no es eso lo que descubro, sino más bien una marcada inalterabilidad. No sé si se ha quedado tan helada con las palabras de la Madre que no puede ni expresarlo, o es que ya conocía toda esta historia. No sé por qué, algo me dice que se trata de la segunda opción.

—No lo entiendo, Madre —habla entonces Hurelia—. ¿Qué nos está queriendo decir?

La Madre suspira y nos repasa una a una con la mirada. La mayoría tiene la boca ligeramente entreabierta y se les nota la preocupación en el rostro. La Madre nos mira a todas como con nostalgia. De nuevo, me da la sensación de que nos contempla como si nos echase de menos, cuando aún estamos a su lado. En mí se detiene unos segundos más que con el resto de hermanas, antes de apartar la vista.

—Lo que pretendo deciros con esto, queridas, es que... Parmonia va a entrar en guerra.

Tierra de huesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora