Capítulo 52

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Adranne

Capítulo 52

Nos quedamos todas tan perplejas y asustadas que tardamos varios minutos en recomponernos de lo sucedido. El incontrolable animal que Kleyer lleva dentro ha destrozado parte de la pared del pequeño salón de la cabaña de Seanet. El sonido de su quejumbroso aullido nos acompaña durante los instantes siguientes, hasta que termina por perderse en la lejanía. Tam suelta un breve suspiro de exasperación.

—A la mierda —masculla.

La miro. Se ha recuperado completamente de la herida que le provocó uno de los soldados de mi padre en el muslo cuando los capturaron al regresar a Tennesis, pero, desde entonces, la he visto mucho más cansada y hastiada. Que me marchase no le hizo ningún bien, perdió mucho peso durante ese tiempo y no debió de dormir demasiado bien, porque, desde entonces, un par de profundas ojeras enmarcan sus tristes ojos.

—Debe aprender a controlarlo —murmuro, tratando de defender a Kleyer.

—Mientras aprende, ya ha segado una vida y ha roto la mitad de la cabaña de Seanet. Sinceramente, no sé qué pretendíamos, poniendo todas nuestras esperanzas en un lobo que hasta el momento no había dado señales de su transformación —Tam hace una pausa—. Tenemos las gemas de carne, que están prácticamente apagadas, con lo que no necesitamos despertar a ningún dios para terminar con su fuerza. Las gemas que nos interesan, o son demasiado poderosas, o ya se ha hecho alguien previamente con ellas. Y, para colmo, no podemos contar con el último eslabón de nuestro triángulo porque está demasiado ocupado descontrolándose.

La cambiante mono se deja caer en uno de los sillones que el impulso de Kleyer no ha destrozado. Intento buscar un argumento con el que rebatir todo lo que ha dicho, algo que pueda continuar alimentando nuestra esperanza, pero no se me ocurre nada, así que me dejo caer junto a ella en el mismo sillón y ella me rodea en un cariñoso abrazo.

—A la mierda —masculla entonces Seanet, que hasta el momento había permanecido callada—. A la mierda, a la mierda, ¡a la mierda! —profiere tal grito que las dos nos giramos hacia ella con los ojos abiertos como platos.

La curandera se recompone en cuestión de segundos, tomando aire en profundidad y llevándose las manos al estómago.

—Disculpad, he perdido los nervios.

Sacudo la cabeza, ocultando una pequeña sonrisa. Seanet no nos mira, sino que tiene la vista perdida en la lejanía. A pesar de encontrarnos en pleno verano, el cielo se está nublando conforme avanza el día, dejando entrever los indicios de una típica tormenta estival.

—Deberíais reuniros con vuestras familias y poner rumbo al norte —suspira Sea.

—¿Qué quieres decir? —me levanto del sillón como un resorte—. ¿Vamos a rendirnos?

—No hay otra opción —continúa la curandera, sin mirarme—. Tam lo ha dicho claro, no tenemos gemas, no tenemos lobo y Tennesis ya ha caído, es cuestión de tiempo que comiencen a entrar en el bosque.

—¡¿Vamos a huir, sin más?! —exclamo, sin poder creérmelo. Las miro a ambas, pero ninguna se atreve a mirarme a mí—. ¿Tam?

Tam suspira, entrecerrando los ojos.

—Seanet tiene razón. Lo hemos intentado, pero hemos fracasado, esta empresa era demasiado grande para nosotras. Tenemos que asumir que el Dios de sangre ha ganado, Parmonia terminará convirtiéndose en una tierra monoteísta, porque, seamos sinceros, la Tierra de sangre siempre ha demostrado su superioridad. Por algo fueron los únicos que pudieron perpetrar el don entre sus gentes después de que les fuera concedido. Siempre han sido más fuertes, y eso es algo que no podemos negar.

Tierra de huesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora