AuraCapítulo 26
Las siguientes semanas se vuelven duras. Hemos organizado varios grupos de entrenamiento en la ciudad liderados cada uno por dos de nosotras. De las trece que somos, ocho hemos decidido quedarnos a luchar. Angelica me pidió perdón con lágrimas en los ojos, pero me dijo que ella tenía que velar por sí misma y por su familia, y ya hace unos días que abandonaron la ciudad de camino al norte, junto con otras muchas personas.
Los que nos hemos quedado, nos hemos propuesto formar batallones en base a la mejor destreza. Mi abuela, para mi gran alivio, ha pasado a formar parte de lo que será el grupo de cocina, destinado a abastecer a lo que seremos las tropas.
El resto de la población que ha decidido luchar por esta tierra la hemos dividido en base a fortaleza, agilidad y habilidad en el ataque a distancia.
Cada grupo entrena unos determinados ejercicios. Hemos recogido de cada casa lo que hemos creído que puede servir mejor como arma: arcos improvisados, mazas, hachas, cuchillos...
—En la guerra de los Antiguos hombres tenían bombas —oigo cuchichear a un par de chicas del grupo de ataque a distancia—. Deberíamos pensar en algo así y no en piñas embadurnadas con resina que prender y lanzar.
—Gracias por la sugerencia —comento, interrumpiendo su charla. La chica sella los labios y baja la mirada—. Investigaremos cómo elaborar algo parecido a una bomba. Pero, mientras tanto, por favor, continuad con esas piñas.
—La caja de entrenamiento ya está llena, hermana —añade, deseosa de marcharse a los campos que hay fuera de la ciudad a probar el lanzamiento con las piñas que llevan elaborando todo el día.
—Entonces continúa con la caja oficial —farfullo—. Necesitamos piñas para entrenar, pero tendremos que tenerlas también para cuando vengan a atacarnos.
La niña me fulmina con la mirada, pero yo le sonrío con suficiencia y me acabo marchando. No sé por qué estoy así últimamente. Reconozco que no es la primera pulla que le lanzo a alguna de las personas que tengo a cargo. No pretendo molestarles, ni hacerles daño, pero, por alguna razón, siento que algo no encaja, no me siento del todo satisfecha. Supongo que tiene que ver con el hecho de que la ciudad se ha puesto patas arriba para prepararse para una guerra. O puede que tenga que ver con el hecho de que Kleyer se marchó hace casi tres semanas y que todavía no ha vuelto.
Y, para colmo, me han emparejado con Adranne esta semana para vigilar al grupo del lanzamiento a distancia. La novicia se pasea de un lado a otro, sonriendo a diestro y siniestro, echando una mano allí donde se la necesita. Cuando me mira a mí, siempre me sonríe, pero en su sonrisa nunca hay sincera alegría, si no más bien una burla constante que está empezando a chocar con mi irritación crónica.
Ya hablé con ella después del comentario que me hizo en el templo respecto a mi relación con Kleyer. Le dije que aquello era una acusación muy grave y ella me dijo que se limitaba a transmitir lo que veía. No me pude creer aquello. Noté desde el principio que Adranne y yo no íbamos a ser uña y carne, pero no esperaba que me declarase una guerra abierta sin tapujos.
—¿Has revisado las puntas de flecha? —le pregunto, acercándome a ella por detrás. Está ayudando a algunos niños a tensar las cuerdas de varios arcos.
—Sí, hermana —responde, sin mirarme—. ¿Has terminado tú de pasearte y cabrear a los demás? —canturrea entonces. Algunos niños se quedan parados, mirándonos a ambas. Aunque no tienen edad para entender las ironías, han captado perfectamente el tono de ataque en sus palabras.
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Tierra de huesos
FantasyAura es sacerdotisa en la Iglesia de huesos. Su abuela la introdujo en el sacerdocio para protegerla de los hombres, pues en época de celo, lo único que puede garantizar la seguridad es la Marca de fe. Pero, un día, un curioso muchacho irrumpirá en...