AuraCapítulo 47
Cuando el sol ya comienza a caer por el horizonte, un griterío llama mi atención. Me levanto de la mesa en la que estaba sentada junto a un grupo de niñas y me acerco a la esquina más cercana para ver qué ocurre al otro lado de la calle. Algunos de los niños me siguen corriendo de puntillas.
—¿Qué ocurre? —pregunta Graciella, que hoy se ha venido conmigo, apareciendo detrás de mí.
Me asomo a un lado y a otro, pero no llego a ver qué es lo que está pasando, a pesar de que los gritos se oyen con bastante claridad, no me los he imaginado yo.
—Voy a averiguarlo, quédate a vigilar el grupo —le ordeno.
La niña asiente y se gira hacia un par de niños que estaban dispuestos a echar a correr detrás de mí, curiosos, pero una sola mirada de la cambiante lobo y regresan a su sitio con la cabeza gacha. Yo avanzo a duras penas, bamboleando el vientre a uno y otro lado y resoplando con cada paso. El verano está en su pleno apogeo y, aunque ya es última hora de la tarde, el sol todavía pega con fuerza en las zonas más expuestas.
Me guío por el sonido de las voces, que pronto empiezo distinguir con mayor claridad. La mayoría de ellas son gritos de desesperación y puro terror, pero hay otras de indignación y otras que se alzan por encima del resto, intentando calmar a los más asustados. Intento correr para llegar hasta el origen del jaleo, pero no lo consigo, así que me limito a avanzar todo lo rápido que puedo, pero sin llegar a pasar al trote.
Pronto me doy cuenta de que estoy siguiendo el camino que lleva a la Iglesia. Preocupada, intento acelerar el paso todavía más. No es bueno que vengan gritos desde la Iglesia, eso es porque han llegado malas noticias.
Por fin, giro el último recodo de la calle que me abre a un grupo de casi cincuenta personas, apelotonadas en los escalones del templo e intentando ser sosegadas por Loya y Hurelia, que apenas logran contener al gentío. Con torpeza, intento abrirme paso a empellones hasta llegar a Loya. A la pobre mujer se la ve sufriendo de veras, ya hace tiempo que se quejaba del dolor de huesos y no parece capaz de impedir que el grupo de personas se lance hacia las puertas del templo.
—¡¿Qué ocurre?! —exclamo, en cuanto llego hasta ella, intentando hacerme oír por encima del ruido. Me hago a un lado cuando uno de los hombres se lanza hacia los escalones, preocupada por que me pueda golpear el vientre—. ¡¿Es que se sabe algo más de la guerra?! —pregunto.
—¡No! —grita Loya, con cara de pánico—. ¡Bueno, sí! ¡Pero no es eso lo que ocurre!
—¡¿Qué ocurre?! —repito, pero Loya tropieza con uno de los escalones y cae hacia atrás. Me apresuro a agarrarla de la túnica, pero la torpeza de mis movimientos me impide llegar a ella antes de que sus huesos den con el suelo.
La gente aprovecha el momento para escabullirse hacia la sala principal del templo, que invaden como si de su casa se tratase, buscando algo que no parecen encontrar, lo cual los desespera todavía más. Tiro del codo de Loya para levantarla. Hurelia, que tampoco ha podido contener al sector del grupo del que se estaba encargando, se aproxima y me ayuda a levantar a Loya.
—¿Qué pasa? —pregunto, ya más calmada.
Hurelia tiene lágrimas en los ojos.
—Han robado las gemas, Aura —dice.
Abro la boca para hablar, pero ningún sonido sale de mi boca.
—Diwi está como loco —añade Loya—, parece un perro enjaulado. Estoy segura de que él sabe quién se las ha llevado, pero no sabe comunicárnoslo.
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Tierra de huesos
FantasyAura es sacerdotisa en la Iglesia de huesos. Su abuela la introdujo en el sacerdocio para protegerla de los hombres, pues en época de celo, lo único que puede garantizar la seguridad es la Marca de fe. Pero, un día, un curioso muchacho irrumpirá en...