Capítulo 58

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Adranne

Capítulo 58

He reconocido la voz de Reynald en cuanto ha abierto la boca. No estaba durmiendo lejos del ataúd de madera, así que he tardado apenas unos segundos en llegar hasta allí. Primero, había pensado en que estábamos sufriendo una emboscada, pero un rápido vistazo a mi alrededor me ha hecho entender que no. Luego he pasado a la segunda opción y me he imaginado lo que estaría ocurriendo. Cualquier animal salvaje, como un zorro o similar, habrá irrumpido en el campamento durante la noche, habrá llegado hasta el cadáver expuesto de la abuela de Aura y habrá disfrutado de una buena cena.

Lamentablemente, ya es tarde para evitar que Reynald lo vea, puesto que lo encuentro de puntillas, contemplando el interior de la caja con los ojos abiertos como platos, pero puedo apartarlo de aquí para que deje de contemplar el horror. Un animal atiborrándose de restos de otro puede resultar un espectáculo bastante desagradable.

Algunos lobos se aproximan a grandes zancadas también, atraídos por el grito del niño. Cuando llegan y descubren lo que la caja de madera guarda dentro, la mayoría suelta una pequeña exclamación ahogada, o se lleva una mano a los labios, dando un traspiés y obligando a otro a sostenerlo para no perder el equilibrio, o ambas cosas a la vez. Y no es para menos, porque, entre los pétalos de colores, una muerta descansa con los ojos abiertos.

—Apártate —ordena Kleyer al niño en cuanto nos alcanza. Creo que me ha recriminado algo, pero no le he prestado atención, me he quedado demasiado bloqueada.

Reynald, sin embargo, no se mueve de su sitio, y yo no tengo fuerzas para apartarlo yo.

—¿Qué ha pasado? —pregunto al aire—. Ayer los tenía cerrados.

—Algún idiota habrá decidido gastar una broma durante la noche —masculla Kleyer, cogiendo él mismo al niño por las axilas y levantándolo en volandas para apartarlo del ataúd.

Al oír esa explicación, algunos no pueden más que suspirar aliviados, pero entonces ocurre algo que no esperábamos ninguno. Tarsha parpadea. Una, dos veces, y luego gira la cabeza y cruza mi mirada con la suya.

Sin quererlo, profiero un alarido de puro terror. Ahora soy yo a la que le flaquean las piernas y la que tiene que sostenerse en otro para no perder pie. Ese otro es Kleyer, que, en cuanto ve que me puedo mantener por mí misma, se aparta de mi contacto como si le hubiese quemado.

—¡Que alguien llame al médico! —grita alguien entre el gentío. El grupo ha ido haciéndose cada vez más grande y un continuo murmullo se ha instaurado entre los presentes.

—Está viva —murmura el niño, a mis pies. Ha vuelto a acercarse a la caja para poder asomarse dentro. Ahora la abuela de Aura lo está mirando a él, con una enorme sonrisa pintada en los labios.

De repente, se escucha un gruñido en la lejanía y todos nos apartamos a un lado cuando un lobo gris, con aspecto de no haberse bañado en un tiempo, hace acto de presencia. El animal se convierte repentinamente en un hombre de baja estatura y abdomen pronunciado, que viene sudando como si le cayera una cascada de la nuca.

—Déjenme pasar —escupe, abriéndose paso a empellones entre los que estamos tan bloqueados que no somos capaces de movernos. El hombre me golpea con el hombro al pasar junto a mí, pero estoy demasiado estupefacta como para ni siquiera quejarme—. ¿Qué ha ocurrido? —masculla el médico, con sorpresa, como si se lo estuviese preguntando a sí mismo.

—¡No sabes distinguir a un muerto de un vivo! —exclama alguien del corro.

—¡Casi enterramos a esta pobre mujer! —se abre paso otro grito.

Tierra de huesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora