1. Un café a medias

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Jess

Primer día de clase. Segundo año de carrera. Echo un vistazo por encima de mi hombro. Perfecto. Todo es diferente y no me puedo sentir más afortunada por ello. El nudo que se había instalado en mi pecho desaparece en cuanto nadie se fija en mi existencia.

Cruzo los dedos para que todo siga así. El foco ha cambiado. Alguna pareja nueva, una ruptura trágica o algún desertor de la carrera abarcará el tablón de anuncios. Sí. Tablón de anuncios, literalmente. Aquí son así de crueles.

A primera hora de la mañana ponen una hoja con el cotilleo del día. Si pasa algo más durante la mañana, alguien se encarga de escribirlo. La hoja está ahí, todo el mundo la mira, pero nadie es capaz de arrancarla porque a los minutos vuelve a estar ahí. No sirve de nada. Si escriben algo sobre ti lo único que puedes hacer es asumir los comentarios que recibirás a lo largo del día.

Y os preguntaréis cuándo empezó esto. Hace exactamente 365 días. Al principio todo el mundo pensaba que era una broma y que no iba en serio. Ojalá hubiera sido una broma porque me hubiera ahorrado demasiadas noches en vela.

Nadie sabe nada de la persona que anda detrás, pero tiene que ser alguien muy malévolo para hacer algo así. Tienes que saber a quién le cuentas tus secretos porque aquí todos son tus enemigos. Este año, el color elegido para la hoja del cotilleo era el amarillo. Así que es prácticamente imposible que pase desapercibido ante nadie.

Odio ese dichoso trozo de papel con toda mi alma. Me trae muchos recuerdos dolorosos.

―¡Eh, Jess! ¿Dónde te habías metido? ¡Esperaba verte esta mañana!― Mi mejor amiga llega hasta mí dando saltos de alegría.

―He llegado muy justa de tiempo. No me ha dado tiempo a pasar por el apartamento. Tengo las maletas en conserjería ― avanzo hacia ella para abrazarla con fuerza. Madre mía. La he echado muchísimo de menos. Dos meses enteros sin vernos―. El próximo verano llévame contigo, por favor.

Ella se había ido con su familia a recorrerse Europa y yo había pasado sesenta días sola en una mansión que recorrí de arriba a abajo. Llegué a conocerme todos los rincones, a hacerme mejor amiga del servicio y a leer una cantidad de treinta libros. Dos por día. Cuando no leía, me tiraba horas metida en la piscina, actualizaba mi blog, seguía trabajando en mi futuro sueño o ayudaba a Lía a hacer bizcochos. Era nuestra pastelera. Sí, teníamos pastelera, chef, ama de llaves y suficientes sirvientes como para no hacer nada. Ah, esperad, ¿no lo he dicho?

No vengo de un sitio cualquiera y la Rivalry University no es normal. Esta universidad es una de las más caras de todo Estados Unidos y no precisamente la mejor. Aquí la gente no tiene principios morales. Humillan, pisotean y acaban con cualquiera que se pone por delante. La competitividad es uno de los requisitos que te piden para entrar. O la tienes o pagas la cantidad de dinero de cinco cifras para que tu hija pueda estudiar.

Resumiendo: o eres rico o diablo. Así llaman a la gente que está aquí por su competitividad. La persona que fundó esta universidad tenía un serio problema de ira y le gustaba la guerra. No os voy a mentir. Esto puede llegar a ser la guerra o incluso peor porque no hay normas escritas.

―Ni se te ocurra soltarme ―me susurra Maddie al oído. Trato de respirar con normalidad porque sé quién va a aparecer por el pasillo.

La gente para de hablar y se apartan para dejar pasar al grupo de chicos que acaban de entrar por la puerta. Misma sudadera, mismos pantalones negros de chándal y sus mochilas colgadas al hombro. Son clones y todos ellos pertenecen al equipo de fútbol americano.

―¡Eh, mirad! ― Alguien grita en medio de la multitud llamando la atención sobre el otro extremo del pasillo.

―Madre mía, no llevamos aquí ni diez minutos y ya vamos a tener espectáculo ―Maddie me agarra del brazo entusiasmada. Disfruta con todo el ambiente que aquí se respira.

Un Pacto Con El DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora