42. Revancha.

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Enzo 

—Hagamos que los descalifiquen del campeonato. 

Todos miramos a Larry sorprendidos. Nunca había visto a mi amigo hablar tan en serio. Estamos acostumbrados a verlo riendo, moviéndose de un lado al otro y soltando bromas, pero todo ha cambiado. Estamos en el salón de casa junto a la mayoría del equipo, algunos se han ido porque ya era demasiado tarde. Jess está sentada a mi lado. No ha hablado desde que Tammy y los diablos le dieron la bienvenida. 

No sé muy bien cómo estará lidiando con todo esto. Si le duelen las costillas, no hace ningún gesto que me haga preocuparme. Está atenta a todo lo que ocurre en la sala, pero sin decir ni una palabra. 

—No podemos ponernos en peligro de esa manera, Larry —le asegura Jacob que sujeta una taza en su mano derecha—. Tiene que ser algo menos agresivo. Ellos tienen dinero, nosotros no y si nos pillan, estamos acabados. 

En eso Jacob tiene razón. No podemos igualarnos a ellos por riesgo a la expulsión, pero podemos actuar de una manera más sutil, sin dejar pruebas, ni señales de nuestros actos. 

—Podemos sacar a la luz algo de su pasado— sugiere Tammy—. Lo publicaremos en el tablón de cotilleos y nadie sabrá que hemos sido nosotros. 

—¿Y cómo descubrimos sus trapos sucios? —pregunta alguien situado en el otro extremo de la habitación. 

Intento concentrarme al máximo en todo lo que dicen, pero la información se va acumulando en mi interior y estoy empezando a agobiarme. 

—Jess puede ayudarnos —Andrew la señala con una de sus manos esperando una respuesta por su parte. 

Ella lo mira con los ojos más abiertos que de normal. 

—Estás de coña, ¿verdad? —Su voz suena más ronca que de costumbre. 

—No, ¿por qué iba a estarlo? Has convivido con ellos, eres la mejor amiga de Maddie. Estoy seguro de que tienes muy buenos cotilleos. 

Mi chica niega con la cabeza repetidas veces y esconde sus manos bajo las rodillas para que no vea su temblor. Demasiado tarde. 

—No pienso traicionarla así, no soy como ellos. No os pido que os quedéis de brazos cruzados, pero no podemos rebajarnos a su nivel. Hagamos las cosas a nuestra manera. 

—¿Y qué sugieres? —Le pregunta Andrew cruzándose de brazos. 

Jess se encoge de hombros con la mirada perdida en alguna parte del suelo. Está pensando y sé, a ciencia cierta, que va a encontrar algo porque otra cosa no, pero imaginación tiene bastante. Los demás también fijan sus miradas en algún punto como si de alguna manera eso los ayudara a concentrarse. 

—Margaritas.

Todos miramos a Jess con el ceño fruncido. 

—Pintaremos margaritas en su equipación. Juegan el sábado, lo haremos el viernes durante la madrugada.

—Les harán cambiarse y ponerse la segunda equipación —explica Larry. 

—No si la segunda equipación desaparece y sin la equipación correcta... —deja la frase en el aire para que la terminemos. 

Soy yo quien continúa hablando.

—Darán el partido por perdido y los puntos pasan automáticamente al equipo contrario. 

Sutil, sencillo y sin poner la vida de nadie en peligro, al contrario que ellos. No es ninguna mala idea, además, lo de las margaritas solo lo saben los diablos, así que estaremos totalmente desvinculados, aunque no son estúpidos y seguramente quieran contraatacar. Pero para entonces nuestro partido ya habrá terminado y no podrán hacernos nada. Además, la semana siguiente jugamos en Chicago, así que podemos asegurarnos dos partidos sin ningún intento de saboteo. 

Un Pacto Con El DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora