31. Guerra

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Enzo

Una maldita semana con todo calmado. Ninguna mirada. Ningún empujón por los pasillos. Puede que sea porque solo faltan cinco días para Acción de Gracias y lo único que queremos es perdernos de vista los unos a los otros. Los niños ricos se limitan a estudiar, a entrenar y a volver a ganar. Vencieron a los de Kansas este fin de semana. Nosotros también conseguimos la victoria, pero estuvimos a punto de empatar. Si no llega a ser por Larry, el entrenador nos hubiera dado una buena charla. 

Miro dos veces por encima de mi hombro antes de entrar a la biblioteca. Me sé el pasillo de memoria. El último al fondo en la sección de geografía que siempre está vacía porque no tenemos ninguna carrera relacionada con eso. Cuando llego, ella ya me está esperando. Se ha sentado con las piernas cruzadas y está leyendo un libro nuevo. Ruedo los ojos, hace dos días se terminó el que le regalé y hoy ya tiene otro. Os prometo que no sé cómo esta chica puede leer tanto. 

―Por favor no me digas que ese libro también es de jugadores de hockey ―bromeo mientras dejo la mochila a un lado y me siento junto a ella. 

Me mira a los ojos sacándome la lengua. Es adorable cuando se pica de esa forma.

―Hoy toca demonios y guardianes en las calles de Washington D.C ―responde con orgullo―. Como siga leyendo hockey voy a acabar saturada entre la ficción y la realidad. 

Coloca el marcapáginas dentro del libro, lo cierra y gira su cuerpo para pegarse más al mío. 

―¿Ya has estudiado de memoria las jugadas del equipo contrario para el próximo partido?

―Que va, no jugamos hasta después de Acción de Gracias, he decidido darme unos días de descanso. 

Abre los ojos asombrada y apoya una mano en mi frente. 

―¿Estás enfermo o algo?

No hay nada que me guste más que bromear con ella y vacilarnos mutuamente. 

―Creo que es hora de parar un poco, no tengo que estar todo el tiempo pendiente de los ojeadores porque llegarán cuando menos me lo espere. 

No ha sido fácil llegar a esa conclusión. La presión siempre ha formado parte de mi vida, tanto en el deporte como en los estudios. Necesito dar todo de mí para sentirme útil, pero ahora que tengo un grupo de amigos y una chica por la que pierdo la cabeza, prefiero concentrarme en ellos y dejar el hockey en un segundo plano durante las vacaciones. 

―¿Has vuelto a hablar con tu madre sobre las vacaciones, florecilla?

Sé que es un tema que hemos tratado de manera superficial porque intenta evitarlo a toda costa. Como suponía, baja la mirada durante unos segundos durante los que trata de recomponerse. Sabe fingir muy bien, ponerse la careta de niña rica o de la verdadera Jess. 

―La he estado llamando estos días, pero no me coge el teléfono. Esta tarde pruebo de nuevo. 

Levanto la mano para acariciarle la mejilla. Tengo que hacer algo para evitar que pase las vacaciones sola. La mayoría de los diablos nos vamos y no creo que se junte con los niños ricos. 

―¿Y qué vas a hacer?

―Hablaré con Maddie. Puede que aún haya una posibilidad por pequeña que sea de que volvamos a ser como éramos antes. 

El tono triste de su voz me hace estremecer. Después de todo lo que ha pasado, Jess es tan buena que aún guarda esperanza. Las personas como Maddie no se merecen a alguien como ella en su vida porque no saben apreciarla y la luz que desprenden se acaba apagando por su culpa. 

Un Pacto Con El DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora