41. Prométeme una cosa.

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Enzo

No deberían tardar demasiado tiempo en hacerle las pruebas. Apenas hay gente en la sala de espera de urgencias, las cosas deberían ir más rápido de lo que van o puede que sea yo que estoy tan de los nervios que los minutos son horas. He recibido varios mensajes de Tammy preguntándome por Jess y no he podido contestar más allá de un "están haciéndole pruebas".

Lo más probable es que estén comprobando que no tiene ninguna costilla rota que es donde se ha llevado la peor parte y a mí es lo que más me preocupa. Me he dado golpes más grandes que el de Jess en pleno partido, he sido derribado por tipos más grandes que yo y en todas esas situaciones llevaba protecciones y había sido entrenado para esos golpes. Jess, no. Con la luz a oscuras y sin saber dónde estaba la barrera, el golpe puede haber sido bastante grave.

La puerta que llevo mirando demasiado tiempo se abre dejándome ver a una enfermera mayor entrar con una ligera sonrisa en la cara. Dejo escapar todo el aire que tengo en mi interior porque su mirada no puede ser otra que de alivio.

-Está todo bien, corazón. Ha preguntado por ti en varias ocasiones -me tiende un par de hojas y me acaricia el hombro con cariño-. No tiene nada roto, solo ha sido una contusión. Aquí tienes el informe médico y aquí las pastillas que tiene que tomarse dos veces al día durante tres días. ¿Entendido?

Asiento con la cabeza absorbiendo toda la información que me está dando.

-Si siente mareos o nauseas en la próxima semana, no dudéis en venir a urgencias, ¿vale?

-No se preocupe, pienso vigilarla en todo momento.

-No tengo ninguna duda -mira el reloj y empieza a contar con los dedos-. El tranquilizante que la hemos puesto hará efecto hasta media noche, que empiece a tomarse las pastillas cuando se le pase. Puedes pasar a verla y os podéis ir sin problema.

-Muchísimas gracias -la rodeo con mis brazos para abrazar a la enfermera.

Dios, tenía tanto miedo que le besaría los pies ahora mismo por haberme dado buenas noticias. La mujer deja escapar una pequeña risa y me indica en qué habitación está. No corro porque estamos en un hospital, pero ando todo lo rápido que puedo hasta el número diez. La puerta está entreabierta, rozo con mis nudillos la madera y oigo una ligera voz.

-¿Si?

-Soy yo, florecilla -abro la puerta hasta la mitad y paso con cuidado como si tuviera miedo a darme cuenta de que no está bien, que todo lo que me ha dicho la enfermera es mentira.

Se gira para mirarme. Tiene los pantalones vaqueros puestos, pero no lleva camiseta, solamente el sujetador bonito de flores por el cual recibió mi mote. Noto que me tiemblan las rodillas. A ella le brillan los ojos. Se apoya en la cama antes de esconder su precioso rostro entre sus manos.

-Cariño... -susurro acercándome a ella. La rodeo con cuidado los hombros para atraerla hasta mí-. Estoy aquí, florecilla.

Una de sus manos se aferra a mi camiseta con desesperación. Joder, todo esto se está pasando de peligroso. Deberíamos hacer algo ya.

-No puedo más -murmura apretando los labios con fuerza.

-Lo sé, cariño, lo sé. Van a pagar por lo que han hecho. Esta vez no nos vamos a quedar con los brazos cruzados -aseguro.

Lo siento, pero ya me he cansado de no caer en su juego, de dejarlos hacer lo que quieran sin consecuencias. Ellos tienen tanto derecho como nosotros a estar en la Rivalry y estoy cansado de que el dinero sea su privilegio. Se acabó.

-No, eso es lo que ellos quieren -se separa de mí para mirarnos fijamente. Tiene los ojos rojizos y brillantes. Dios, me duele tanto verla así. Se me parte el alma por no poder hacer nada para borrarle ese tormento de su cara-. Me rindo.

Un Pacto Con El DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora