49. Volver a luchar.

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Jess

Veo desaparecer a Enzo por el pasillo con una mueca entre preocupación e intriga. Se hace paso entre la gente hasta llegar a la puerta principal donde varias personas van directas al tablón de anuncios.

—Parece que han escrito algo —nos informa Larry mirando por encima de los demás.

—Antes del examen no había nada —aseguro y empezamos a andar en dirección al tablón.

Mi cuerpo comienza a ponerse en alerta cuando dos niñas ricas me miran con cara de pena. No me gusta nada la dirección que está tomando esto. De repente, siento que andamos demasiado lento. La gente nos adelanta, se ponen en medio e incluso se dan empujones para intentar llegar lo más cerca posible.

Las miradas van aumentando y mi mente me recrea los cuchicheos de hace un año. Un momento, no es un recuerdo, es la maldita realidad. Me señalan. Oigo mi nombre en diferentes conversaciones. Siento las miradas de compasión y las de pura satisfacción. Esas últimas son de los niños ricos que están disfrutando de lo que sea que haya en el tablón de anuncios.

Aparto a Larry y a Tammy a un lado. Ellos no saben nada de mi pasado, ni si quiera se acuerdan ya como la mayoría de las personas, pero al parecer, alguien se ha encargado de recordarlo. No sé en qué momento he dejado de dar codazos y un pasillo se ha formado en torno a mí directo al tablón.

Intento no alargar este sufrimiento más de la cuenta porque lo único que conseguiría sería aumentar mi estado de ansiedad. Avanzo hasta quedarme frente al tablón. Un papel amarillo con una gran pregunta corona el corcho:

"¿Habrá aprendido ya a satisfacer a un hombre?"

Las ganas de vomitar se vuelven insoportables. Bajo la frase hay varias fotos. Las miro de cerca y descubro que son de la noche de la discoteca en Chicago. Salgo yo junto a Joe que me aprisiona contra el coche justo antes de darle la bofetada. Son tan fáciles de malinterpretar estas fotos que miro en todas las direcciones buscando a Enzo, pero no está. Aún no ha regresado de la pista de hielo.

—Eh, Jess, podemos irnos ahora mismo al baño y comprobamos si de verdad has aprendido o no.

El estómago se me revuelve y Jacob es el encargado de cerrarle la maldita boca al niño rico que acaba de hablar.

Escuchamos unos pasos acercarse hacia nosotros. Todo el mundo guarda silencio. No sé si girarme o no. Mi fuero interno desea que sea Enzo quién esté al otro lado porque las otras opciones son peores. Cuando me giro para comprobarlo, tengo que sacar toda la resistencia que tengo para que no me fallen las piernas.

Joe sonríe con orgullo, con prepotencia y se atreve a guiñarme un ojo como si todo esto no fuera suficiente.

—¿Queréis saber más? —saca un papel amarillo de su pantalón, lo desdobla y se acerca al corcho—. Aquí lo tenéis.

Pega la hoja junto a las demás fotografías en las que me fijo un poco más. Han impreso aquella que me hicieron besando a Peter y otras más con Enzo. Hay frases sueltas por todo el tablón. "¿Rico o diablo? ¿Quién habrás sido su mentor?". "Acepta consejos y nuevas experiencias, su número es...".

Arranco el papel con mi número de teléfono en cuanto me doy cuenta de que se corresponde con el mío. Los muy hijos de puta han llegado demasiado lejos. Mi móvil empieza a vibrar y lo saco del bolsillo para comprobar, efectivamente, que los mensajes, insultos y sugerencias asquerosas ya están llegando.

—Me han dicho que habéis estado jugando con mis niños ricos —me susurra Joe en el oído—. Has sido muy mala, Jessy. Nunca se deja de lado a los tuyos.

Un Pacto Con El DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora