44. Roadtrip.

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Jess 

Son las tres de la mañana, el frío está empezando a ser insoportable y el autobús aún no ha llegado. La compañía me ha llamado avisando de un retraso de media hora, debería estar ya aquí. Estamos junto al parking de la Rivalry. Algunos se han sentado junto al bordillo, otros andan de un lado al otro para mantener algo de calor y luego está Tammy que da saltitos y el pompón de su gorro se mueve a la vez que ella. Kelly está junta a ella hablando de alguna anécdota en la Rivalry. 

Un brazo me rodea los hombros y me pega junto a él.

—Tenemos que hacer como los pingüinos, mantenernos bien cerca —susurra Enzo en mi oído. 

—Seamos pingüinos entonces —.Me pongo de puntillas y deposito un beso en sus labios—. No debería tardar mucho en llegar el autobús. 

Vuelvo a comprobar el móvil para ver si hay alguna novedad por parte de la compañía. Nada. El entrenador pasa por delante de nosotros y se detiene para hablar con Enzo. Me hace un gesto con la mirada dándome a entender que les deje solos, así que hago amago de irme, pero Enzo sujeta mi cintura para que no me mueva. 

—¿Desea algo, entrenador? —Utiliza un tono más bajo de lo normal. Sigue enfadado por lo que le pidió el pasado lunes, que pasara por encima de un compañero si hacía falta. 

—He estado pensando en lo que dijiste, creo que lo mejor será hablarlo en cuanto lleguemos al hotel y no antes del partido. Al menos Andrew tendrá un poco de tiempo para que lo ayudes con consejos e indicaciones. 

Ruedo los ojos. No tendría por qué hacer un curso exprés de capitán antes de un partido si no le quitara a Enzo su puesto, así de simple. 

—Claro —afirma mi novio agarrándome con más fuerza de la cintura. 

Lo que no sabe el entrenador es que Andrew es consciente de todo y los demás diablos también. Enzo siguió mi consejo de allanar el terreno para que el partido no se fuera a la mierda. No pueden permitirse perder después de la buena temporada que están haciendo. 

—Ah, y Enzo, —mira por encima de su hombro antes de seguir hablando—. Es muy probable que haya ojeadores, ya sabes lo que tienes que hacer si quieres un puesto en la NHL. 

Noto cómo se tensa a mi lado y afirma con la cabeza como si fuera a cumplir su palabra. Sé perfectamente que se dejará la piel en el hielo, pero jamás pasará por encima de nadie, ni si quiera de sus contrincantes. 

Un claxon suena en mitad de la madrugada haciendo a los diablos que estaban sentados levantarse y empezar a aplaudir. Por fin. Metemos todas las bolsas de deporte y el material en el maletero. Me quedo hablando con el conductor, dándole la dirección a la que nos dirigimos y él me informa de que tendrá que hacer una parada de media hora durante el trayecto. Cierra las puertas del autobús y sale del aparcamiento. Está todo en silencio. 

Camino por el pasillo buscando a Enzo entre los asientos hasta que lo encuentro al final del todo, se ha adueñado de la parte trasera. 

—Espero que no te marees, florecilla. 

—Puedes estar tranquilo, no voy a vomitarte encima mientras duermes.—Hace un gesto de asco antes de sacar una pequeña manta que ha metido en su mochila. 

Dejo mis cosas en la parte de arriba del autobús y me siento junto a él. Echamos los asientos ligeramente hacia atrás para quedarnos lo más tumbados que podemos. Alza un brazo para que me acurruque contra él, pero niego con la cabeza. 

—Me toca a mí —susurro pasando mi brazos por sus hombros y dejando que apoye la cabeza en mi pecho. Huelo su pelo y lo estrujo contra mí queriendo liberarle de la tensión que se ha apoderado de él cuando el entrenador ha mencionado a los ojeadores—. Tienes que descansar, cariño. 

Un Pacto Con El DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora