46. Jugar como ellos.

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Enzo

Cojo el café que descansa en la mesa y bebo un sorbo mientras resuelvo el ejercicio que tengo frente a mí. Jess me mira desde el otro lado, expectante por verme en acción. He perdido la cuenta de cuántas horas hemos estado esta semana de cafetería en cafetería probando los cafés y dando clases particulares de economía. En realidad, me las ha dado Jess a mí y yo la pagaba por las noches en mi cama. Así de sencillos somos nosotros.

—Piensa antes de actuar —me recuerda mordiéndose su dedo pulgar.

Es un gesto que hace a menudo cuando está esperando algo con ansias como es el caso. Me ha explicado este problema muchas veces, es hora de enseñarle lo buen alumno que puedo llegar a ser. Hoy ha tocado la cafetería de la universidad.

Vuelvo a leer el ejercicio y empiezo a escribir sobre la hoja. Jess desvía su mirada hacia el libro que tiene entre sus manos para no presionarme más de lo necesario. Hemos descubierto estos días que bajo presión no doy ni una, así que el día del examen que es la semana que viene, tendré que estar preparado para todo.

Tardo exactamente treinta minutos en hacer el ejercicio y a Jess no le lleva más de diez corregirlo. Alza la mirada del papel con una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Lo has hecho! —grita emocionada con los ojos llenos de orgullo.

Aparta varios papeles de la mesa para tirarse sobre ella y abrazarme con fuerza. Me encanta su efusividad con cosas tan simples como esta, que yo haya conseguido entender economía avanzada. A decir verdad es mucho más sencillo de lo que parece, pero a nuestra profesora le gusta complicarnos la vida.

—No se puede tener a una mejor profesora —susurro en su oído haciendo que su piel se erice.

Arrima su silla a la mía para sentarse mucho más cerca y apoya la cabeza en mi hombro.

—Puedes hacerlo, Enzo. Eres mucho más inteligente de lo que crees, así que deja de infravalorarte. Te vas a lucir en el examen -me asegura entrelazando nuestras manos.

Deposito un beso en su frente y dejo que mis ojos se cierren durante unos segundos. Las clases de economía con Jess me dejan exhausto, necesito tiempo para recuperarme. Las puertas de la cafetería se abren y cierran un par de veces, así que cuando decido abrir los ojos, descubro que nos hemos quedado completamente solos. Miro la hora para comprobar que aún falta tiempo para que empiecen las clases.

—Parece que se los ha tragado la tierra —Jess se sienta con las piernas como los indios encima de la mesa y continúa leyendo su libro.

La miro de soslayo. Tiene las mejillas sonrosadas y sus ojos se mueven demasiado deprisa como si quisiera pasar esas páginas lo más rápido que pueda.

—¿Qué tal va la trama?

Se atraganta en cuanto le hago esa pregunta, así que solo puede significar una cosa. Está leyendo alguna escena subida de tono.

—Está en el punto más interesante -susurra con la voz ronca.

Finjo creerme sus palabras y vuelvo la vista hacia mis apuntes. No pienso dejar que las cosas se queden así cuando aún tiene las mejillas sonrosadas. Inspecciono una vez más las mesas para comprobar que no hay nadie, solamente el cocinero que está demasiado ocupado limpiando los platos de la comida y la camarera ha entrado al almacén. Perfecto.

Mi mano se desliza con disimulo hasta rozar su rodilla lo que provoca que Jess dé un pequeño salto en el sitio. Intenta ignorar el hecho de que mi mano esté haciendo círculos por todo su muslo. Ella sigue leyendo. Mi dedo índice traza una línea imaginaria desde su rodilla hasta la parte superior de su muslo, sube y baja repetidas veces. Jess pasa una de las páginas.

Un Pacto Con El DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora