13. Merchandising.

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Jess

Cojo el gorro y la bufanda para meterlos en la mochila. No sé cuánto frío puede hacer en una pista de hielo. Reviso la lista de las cosas que yo tenía que llevar y compruebo que lo tengo todo. Salgo de la habitación para encontrarme a Mike y a Maddie en el sofá viendo una película. Bueno, en realidad la están escuchando porque se están metiendo mano descaradamente. Al menos podrían haber esperado a que me fuera. 

―¡Me voy! ¡Pasadlo bien! 

No doy más explicaciones y ellos tampoco preguntan. Mejor porque no tenía ganas de inventarme una excusa. Si descubren que estoy con los diablos, Maddie tendría otro tema sobre el que discutir conmigo. Cuando llego a la puerta del edificio, veo a el coche de Tammy aparcado justo en frente. 

Me siento en el lugar del copiloto y la abrazo. 

―¿Estás lista? ― Me pregunta entusiasmada. 

―¡Sí! Tengo muchas ganas. ¿Estás segura de que nadie dirá nada? 

―Puedes estar tranquila, hemos dejado bien claro a los diablos que no digan ni una palabra y si ven a un niño rico, me avisarán para que puedas esconderte. 

La seguridad con la que dice todo, me hace relajarme. No me avergüenzo de estar con ellos y no sería la primera vez que un rico está con un diablo. Yo como con Tammy la mayor parte de los días y no pasa nada, pero el problema llega cuando los ayudas. Cuando dejas de competir con ellos porque entonces estarían infringiendo una norma "no escrita" en la Rivalry. Se ayuda a los de tu bando y se compite contra los otros. Así de sencillo. 

Digo que es una norma "no escrita" porque el reglamento de la universidad no especifica nada, pero Mike sí. Ya sabéis que es quien controla a todos los niños ricos y no quiero jugármela con él. Después de lo que me dijo el otro día que sonó a amenaza, prefiero quedarme al margen y evitar que se corra la voz de que estoy ayudando a los diablos. 

―¿Te ha preguntado Maddie algo de adónde ibas? 

― Que va, estaba demasiado ocupada metiéndose mano con Mike.

Tammy entra en el aparcamiento que queda más cerca de la pista de hielo y aparca. Nos bajamos para abrir el maletero y descargar las dos cajas con camisetas. Las venderemos a quince dólares cada una y si en el descanso vemos que aún nos quedan muchas por vender, las bajaremos de precio o haremos algún tipo de oferta. Nuestro objetivo es venderlas todas. 

Cuando entramos en la pista, algunos técnicos la están preparando para el partido y varios jugadores están en el banquillo hablando. 

―Me han dicho que nos pondrían una mesa en una esquina ― me informa Tammy mientras buscamos con la mirada dónde puede estar. 

―¡Allí! ― Señalo al otro lado de la pista. 

Sonrío de manera involuntaria. La han colocado lo más lejos posible de la puerta. 

―¿Les dijiste que la colocaran aquí por si entraba algún niño rico para que no me vieran?

Pregunto emocionada. Es de esos detalles que te hacen ilusión porque demuestran que las personas se preocupan por ti. Tammy niega con la cabeza frunciendo el ceño. 

―No, pero al parecer, ahora los diablos nos preocupamos por ti, no solo yo. 

Vaya. No me esperaba esa confesión. Deje esos pensamientos a un lado antes de dirigirnos hacia la mesa. No quiero darle vueltas a las palabras de Tammy y su significado. Dejamos las cajas encima de la mesa y empezamos a sacar lo que habíamos traído. Cubrimos la mesa con una gran sábana negra, agrupamos las camisetas en dos grupos dependiendo de su decoración. Dentro de cada grupo las dividimos por talla y por temporada. Primero las camisetas más actuales y después las más antiguas. 

Un Pacto Con El DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora