40. Ricos - Diablos.

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Enzo 

Jess y Tammy están terminando de atarse bien los patines. Están sonriendo y disfrutando de lo que va a pasar como niñas pequeñas. Fue idea de ellas y cuando nos piden por favor las cosas, ni Larry ni yo podemos negarles algo. Os prometo que cuando se juntan, no hay nadie que pueda pararlas. 

—Chicas, aquí tenéis las tarjetas de memoria que habéis pedido. 

Andrew les da las dos tarjetas que tenía por casa y Tammy las guarda en una pequeña riñonera que lleva atada a su cintura. La que encargada de la cámara es Jess que la lleva colgada al cuello. Dicen que tendremos mucho éxito, que la gente está deseando tener mucho más de nosotros. No sé hasta qué punto hacen esto, si por pasarlo bien o porque de verdad la gente nos quiere. 

—Recuérdame, por favor, por qué estamos haciendo esto —me susurra Larry con los patines puestos y el stick en una de sus manos. 

—Porque nuestras novias tienen alguna especie de truco que nos evita poder negarles algo. 

—¡Te he oído, Enzo! —Jess me lanza una de las sudaderas que encuentra a su paso y aterriza en mi cara. 

Algunos compañeros se ríen mientras salen del vestuario. Larry se va junto a Tammy que anda tambaleando sobre los patines. Solo ha patinado un par de veces así que no sé cómo va a salir este experimento. Jess se acerca a mí con paso decidido. Ella, sin embargo, sí que tiene un ligero control sobre sus pies. Hasta que uno de los cordones se desata, lo pisa y veo su cuerpo ir directo hacia el suelo, de cara y sin manos. 

Deja escapar una exclamación mientras yo me lanzo hacia delante. Consigo cogerle de la cintura antes de que su preciosa cara se clave en el suelo. Me agarra el brazo con fuerza y no me suelta hasta que nos sentamos en los bancos que hay junto a nosotros. 

—¿Estás bien, florecilla?

—A lo mejor no ha sido tan buena idea —murmura. 

—Has dicho que sabías patinar —le recuerdo. Hemos tenido una larga conversación sobre esto en la que me aseguró por activa y por pasiva que tenía todo controlado. 

—Bueno, de pequeña he ido bastante. 

—¿Y de mayor? 

—No tanto. 

—¡Jess! —Exclamo indignado. 

—¡Oye! No va a ser tan complicado. Hay que mover un pie y luego otro, me paro para hacer las fotos y luego continúo. Vosotros sois los que más os vais a mover.

Niego con la cabeza al tiempo que me pongo de rodillas frente a ella para atarle bien los patines porque el hielo no es ninguna tontería. Me centro solo en eso. Compruebo que son de su talla, aunque le están ligeramente holgados porque en el equipo nadie tiene el pie tan pequeño como el de ella. Aprieto con fuerza los cordones y hago la lazada. Repito lo mismo en el otro pie y me aseguro de que el nudo no se va a deshacer. 

—Vamos a necesitar unas tijeras para quitármelos, no creo que llegue la sangre hasta abajo —bromea intentando hacerme reír. 

No puedo evitarlo. Las comisuras de mis labios me tiran ligeramente hacia arriba formando una pequeña sonrisa. 

—Llevas varios días sin sonreír así, ¿me vas a decir qué te pasa, cariño?

Da varios golpecitos en la madera justo a su lado para que me siente con ella y lo hago sin dudar porque tiene razón. Durante estos últimos días mi cabeza ha sido una mezcla de pensamientos que lo único que me han aportado ha sido preocupación. 

—¿Qué crees que es lo correcto? ¿Contraatacar por lo que ha pasado con el autobús y Kelly, o dejar las cosas como están?

Hace una pequeña mueca. Sigue sintiéndose culpable por lo de Kelly, lo sé aunque no me lo diga y yo trato de hacerle pensar todo lo contrario. Nadie hubiera podido influir en la decisión del tirano de Mike. Es superior a todos nosotros. 

Un Pacto Con El DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora