10. Un error maravilloso.

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Enzo

Bajo del coche para dirigirme a la oficina de correos. Las dos últimas semanas han pasado tan rápidas que no me ha dado tiempo a asimilarlo todo. Entre los entrenamientos y las clases, apenas tengo tiempo para descansar. El entrenador nos quiere al cien por cien, los profesores este año están siendo más exigentes y solo pasamos por casa para cenar y dormir. Menos mal que ya es viernes, mañana jugamos fuera y el domingo tendremos todo el día para nosotros. 

Saco el número de envío que me ha mandado mi madre esta mañana y entro en la oficina para recoger mi paquete. Una mujer de mediana edad me recibe con una sonrisa. 

―Hola, cielo, ¿en qué puedo ayudarte? Soy Dorothy ― se ajusta las gafas en su pequeña nariz. 

―Encantado, Dorothy. Soy Enzo y vengo a recoger un paquete. Aquí está la referencia ― le enseño el móvil y ella memoriza los números. 

Se pierde en la oficina para buscarlo. Miro hacia la puerta pensando en Jess. ¿Vendrá hoy a por otro de sus paquetes de libros? No he vuelto a hablar con ella desde que nos dieron la nota del examen de economía. Me cabreé tanto que ni si quiera tuve tiempo para soltarle alguno de mis comentarios. Ahora mismo mi principal problema es esa jodida asignatura. Si quiero seguir jugando al hockey, tengo que aprobar. Uno de los requisitos para las becas deportivas es aprobar las asignaturas. Los niños ricos aunque no tengan beca, también deben aprobar. En general, toda la gente de la Rivalry tiene que aprobar. Si fallas una, te echan a la calle. 

―¡Enzo! ¿Puedes venir, hijo? Es una caja muy grande ― escucho la voz de Dorothy al otro lado de la oficina. Me río porque no tengo ni idea de cuántas equipaciones ha podido juntar mi madre. 

Paso por el mostrador y me pierdo entre cajas de paquetes. Tardo un poco en divisar a Dorothy tras una enorme caja. 

―Es esta de aquí ― me dice mientras la estudio con mis ojos. Sí que es grande. Me agacho, la cojo por ambos lados y Dorothy me guía para que no acabe tirando alguno de los otros paquetes. 

Adoro a mi madre. Es la mejor de todas. 

―Muchísimas gracias, Dorothy. Espero que tenga buena tarde ― la mujer se despide de mí abriéndome la puerta. 

Salgo de allí y camino lento porque casi no puedo ver por dónde voy. Dentro de la caja hay por lo menos media docena de equipaciones de hockey para niños. El entrenador nos pidió que si podíamos, donáramos lo que nos quedara en casa para que los niños que iban a empezar a entrenar la semana que viene pudieran disfrutar de ellas. Todos han ido llevando a lo largo de la mañana sus cosas de cuando eran niños. ¿Habéis visto alguna vez patines pequeños? A mí me vuelven loco porque son adorables.

En mi caso, he conseguido que mi madre buscara por el vecindario a gente que donara sus equipaciones. Mi barrio no es muy grande, todos nos conocemos y más de un niño y niña han jugado al hockey en sus colegios. Además, en mi casa tenemos equipaciones dobles porque tengo un hermano. Sí, un hermano dos años más pequeño, pero es casi tan grande como yo, así que nunca le ha servido lo que yo tenía y mis padres tenían que comprar las cosas repetidas. 

Ya estoy al final de la calle, solo me falta girar la esquina para llegar hasta el coche. Echo un vistazo por encima de la caja y veo que no viene nadie. Sigo caminando hasta girar a mi derecha. Veo su melena rubia antes de poder advertirla de mi presencia. Su cuerpo, mejor dicho, su cara choca contra la caja y el libro que iba leyendo se cae de sus manos. 

―¡Eh! ¡Cuidado! ― esa voz, joder. 

Se lleva ambas manos a la cara y yo dejo la caja en el suelo con rapidez. Mierda. 

Un Pacto Con El DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora