51. Explosión.

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Enzo

Salgo con una sonrisa del restaurante. La reunión con Thatcher no ha podido ir mejor. Me ofrece exactamente lo que necesito. No voy a tener que dejar todo atrás de la noche a la mañana, será algo paulatino. Empezaré a entrenar con los jugadores de una división inferior para coger ritmo y, sobre todo, disciplina. Podré acabar mis estudios en la Rivalry mientras entreno con ellos y una vez que haya terminado, daré el gran salto a la NHL. Joder, estoy deseando ver a Jess para contárselo

Larry me espera justo en la acera de enfrente ansioso. Se mueve de un lado a otro como de costumbre. Cruzo la calle y en cuanto me ve, corre hacia mí.

―¿Y bien? ¿Qué te ha dicho? ¡Cuéntamelo todo, Enzo!

Me río ante su entusiasmo y empiezo a relatarle toda la conversación. Él me escucha atento. Soy testigo de cómo sus ojos se iluminan con cada palabra que digo. Está tan ilusionado por mí que hasta me cuesta creerlo.

―Y le he dicho que si necesitan a alguien rápido, que te vayan a ver a algún partido, están escasos de gente como tú.

Abre la boca en un gesto de sorpresa.

―Estás de broma, ¿verdad?

―En absoluto, compañero. Así que cuando vuelvas al hielo, quiero ver cómo te dejas la piel.

Me abraza tan fuerte que es él quien se separa porque se ha hecho daño en el brazo.

―Tienes que hacer una buena rehabilitación ―le ordeno.

―Anda, vamos a tomar algo para celebrarlo ―me revuelve el pelo como si yo fuera el hermano pequeño y él el mayor.

Este chico no tiene remedio. Andamos por la calle principal de Denver relajados. Empiezo a pensar que el tiempo pone a cada uno en su lugar y recibe en forma de recompensa todo el tiempo que he estado esforzándome. Sin las horas de entrenamiento, nada de esto habría ocurrido.

―¡Mira! Esta tienda les encantaría a Tammy y a Jess.

Sacudo la cabeza dejando de lado mis pensamientos y miro en dirección a Larry que señala un escaparate. Es una tienda de manualidades nueva. En el escaparate hay pinturas como las que ellas compran para las camisetas, cuadernos, diferentes papeles de regalos y sobres de margaritas. Una idea se me pasa por la cabeza.

―Espérame un momento que voy a comprar una cosa ―le digo a Larry.

Entro en la tienda buscando esos mismos sobres y cuando los encuentro, mi sonrisa aumenta. Hay de varios tamaños, pero uno de ellos es el que me llama la atención. Tiene las medidas exactas para meter libros. Jess puede usarlos para su proyecto y sería algo que la identificaría. Cojo varios paquetes de los sobres, los pago y salgo con ellos.

―¿Y eso?

―Una pequeña sorpresa.

Seguimos andando por la calle principal hasta que encontramos una cafetería con terraza donde aún dan los últimos rayos de sol, perfecto. Nos sentamos, esperamos a que nos tomen nota y una vez que tenemos las bebidas, brindamos.

―Por el hockey ―dice Larry.

―Por nosotros.

Doy un largo trago y me dejo caer contra el respaldo de la silla. Estoy mentalmente agotado. Estar tanto tiempo concentrado y absorbiendo la máxima información mientras tu cuerpo tiembla por los nervios es realmente exhausto.

―¿Cuál crees que será el siguiente paso de los niños ricos?

Larry me estudia con la mirada inquieto. Desde su caída por las escaleras puedo verlo mirar por encima de su hombro cada vez que va a bajarlas, o tensarse cuando algún niño rico se acerca. Entiendo su miedo, pero creo que hay mucho más detrás de esa sonrisa traviesa que tiene.

Un Pacto Con El DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora