53. No más mentiras.

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Enzo 

No deberíamos haber venido. Es lo primero que pienso cuando nos bajamos del coche y nos paramos a unos metros de la entrada, los suficientes como para que no nos vean. 

―¿Quieres que nos colemos ahí? ―Señalo la casa que está frente a nosotros. 

―No veo el problema ―me responde Larry como si no hubiera dos hombres más grandes que nosotros flanqueando la puerta. 

―Es imposible, parece que está blindada. No recuerdo una fiesta de niños ricos con tanta seguridad. 

Analizamos una vez más el porche. Junto a los dos hombres hay una mesa con varias bolsas negras encima de ella. La gente que entra las compra y algunos incluso salen a por más. ¿Qué narices es eso? 

―Podemos probar por la parte trasera ―sugiere Larry―. Vamos a cruzar por la casa del vecino. 

Veo a Larry desenvolverse con facilidad. Sé que está tirando de mí, para que no me quede atrás y lo siga. En otras circunstancias puede que hubiera sido diferente, pero ahora mismo en mi interior se instala un nudo de agonía, de incertidumbre. No sé cómo va a reaccionar Jess cuando me vea, si se hará la indiferente, si volveremos a discutir o si me destrozara más de lo que ya lo ha hecho. 

Saltar del jardín del vecino a la casa donde se está haciendo la fiesta es mucho más fácil de lo que pensaba. Nos escondemos detrás de la casa de madera que tienen junto a la piscina. Hay un grupo de chicos junto a la puerta trasera, pero ni rastro de los guardias. Me apoyo contra la madera inspirando con fuerza. 

―O entras o te juro que te llevo a rastras ―me amenaza Larry. 

Giro la cabeza para mirarlo a los ojos. Sé que lo está haciendo con todo el cariño del mundo, que quiere volver a tener al Enzo de antes con él, pero que me presione así lo único que logra es agobiarme un poco más. 

A veces es como vivir en ese día eternamente. Las llamas. La cara de Jess. El humo queriendo salir de mi pecho. Aún siento el calor del fuego. El dolor de creer que la había traicionado. El aire se queda atascado en mi garganta como el día del incendio. Me llevo una mano al pecho para sentir mi propio pulso. 

―¿Enzo, estás bien? 

Larry se asusta de verdad. Me coge la cara con sus dos manos para obligarme a mirarlo. 

―Eh, estoy aquí, Enzo. Dime qué necesitas, cuéntamelo ―me anima de manera cariñosa. 

Veo sus ojos cristalizarse y me obligo a mí mismo a verbalizar todos mis miedos antes de que acabe alarmando a Larry más de la cuenta. 

―¿Y si...y si no quiere verme nunca más? Sé que le ha perdido, Larry, pero... ―la voz se me rompe un poco al continuar hablando ―pero tengo la esperanza de que vuelve. No se lo dije. 

El pecho se me rompe en dos. Todo lo que he estado guardando estos días se abre paso en mi interior para salir. A modo de rabia, de lágrimas y de respiraciones entrecortadas. No estoy acostumbrado a sentirme así. Desbordado de emociones. Incapaz de controlarlas y sintiéndome ahogado por ellas. 

―No le dije lo mucho que la quería ―susurro notando las lágrimas resbalando por mis mejillas. 

Me dejo caer hasta el suelo y Larry hace lo mismo después de asomarse para comprobar que no corremos ningún peligro. 

―No se ha ido para siempre, ¿me oyes? Vas a demostrarle lo importante que es para ti y vas a luchar por ella. Mírame, Enzo ―su tono de voz se vuelve más serio cuando intento rehuirle la mirada― no estás solo en esto y no lo estarás si ella decide irse a pesar de todo. Yo voy a estar aquí contigo, compañero. Como capitán y jugador. Como amigos. 

Un Pacto Con El DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora