37. Miedos.

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Jess

Lo primero que veo cuando me despierto es su espalda. Me acerco un poco más a él y apoyo uno de mis codos en el colchón para elevarme y poder verlo dormir. Está totalmente relajado. Tiene los labios entreabiertos y transmite una paz que jamás había visto en él. Me muerdo el labio reprimiendo una sonrisa mientras recuerdo todo lo que pasó ayer.

Le confesé uno de mis mayores miedos. Volver a revivir todo lo del tablón de cotilleos y Joe. Contarlo en voz alta pensaba que me iba a afectar mucho más, pero para lo único que ha servido ha sido para sentirme liberada. Ha sido como quitarme un peso de encima, o mejor dicho, compartirlo con alguien en quien confío y hacer ese peso más llevadero porque estará ahí hasta que alguien se digne a acabar con el tablón.

Me muevo de la cama todo lo despacio que puedo para no despertarlo y salgo de la habitación cerrando la puerta detrás de mí. Me giro en dirección a las escaleras y el corazón se me dispara.

—¡Joder! —Dylan se lleva una mano al pecho asustado.

No lo he visto aparecer.

—¿De dónde has salido? —Pregunto con la respiración acelerada.

—Puedo preguntarte exactamente lo mismo.

Nos miramos unos segundos antes de empezar a reírnos. Bajamos las escaleras y nos metemos en la cocina cerrando la puerta. Al parecer somos las dos únicas personas despiertas en la casa.

—Mi madre llegó más tarde que yo así que no creo que se levante hasta mediodía —me informa mientras prepara el café.

—Enzo está en el quinto sueño todavía, así que podemos ir desayunando. ¿Quiere que haga tortitas?

—Por favor, Jess —se gira poniéndome un puchero y asintiendo con la cabeza.

Si lo hubiera conocido así, pensaría que es igual de adorable que su madre, pero sabiendo el comportamiento de los últimos años, sé que aún no me puedo fiar.

—¿Café solo o con leche? —Me pregunta con una taza en la mano.

—Con leche mejor, gracias.

Termino de batir la masa de las tortitas y caliento la sartén antiadherente que he encontrado en uno de los armarios. Cada uno se limita a hacer su tarea correspondiente sin intercambiar ninguna palabra. Dylan termina de preparar el café mientras yo doy la vuelta a la última tortita. Coloco la fuente en el centro de la isla, me siento en el taburete y me sirvo. Él hace exactamente lo mismo.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

Es él quien decide romper el hielo.

—Adelante.

—¿Eres diabla o niña rica?

Me atraganto con el primer trozo de tortita que tengo en la boca. Bebo un poco de café para que la masa pase mejor y me limito a responderle con otra pregunta.

—¿Qué crees que soy?

Alza una ceja en mi dirección estudiándome con la mirada.

—Diría que diabla por estar con mi hermano, pero mi instinto me dice que eres niña rica y por eso habéis tardado los dos una eternidad en aclararos. Os escuché ayer en el porche.

Parpadeo un par de veces sorprendida por su sinceridad. Vaya, al parecer sabe más de la Rivalry de lo que parece.

—¿Cuántos años tienes?

—Dieciséis.

—Entonces te quedan dos años para llegar a la universidad, será una pena no coincidir con los hermanos Hunter porque revolucionaríais todo.

Un Pacto Con El DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora