60. Anfetaminas.

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Enzo

Son las dos de la mañana. En menos de seis horas tengo que estar en la pista de hielo preparado para el partido y aún no he sido capaz de dormir ni una maldita hora. Las sábanas están arrugadas a los pies de la cama por las vueltas que he dado. Miro mi móvil una vez más, nada, no tengo ningún mensaje, ni llamada. Absolutamente nada. El nudo en el pecho que tenía esta mañana sigue aumentando a medida que pasan las horas, los minutos y no tengo señales de Jess.

Joder, no es difícil enviar un mensaje diciendo que está todo bien, nada más, no hace falta que me cuente todo, me basta con saber que está en el apartamento.

Ya le he enviado varios mensajes, pero no quiero llamarla por si Maddie está con ella y el plan se va a la mierda. Así que aquí estoy, mirando al techo de mi habitación martirizándome por haber dejado que Jess participara en toda esta locura.

Dos toques suenan en la puerta de mi habitación y yo me incorporo de inmediato.

―Adelante.

Si hubiera sonado la puerta de la calle, habría salido corriendo escaleras abajo pensando que es Jess, pero es imposible que haya entrado. La puerta se abre poco a poco dejando ver la melena morena de Larry. Entra con los hombros caídos y mirando al suelo. Parece tan indefenso que me entran ganas de correr para abrazarlo.

―¿Te he despertado? ―pregunta en un susurro apenas audible.

―Que va, imposible dormir ―me levanto de la cama y me acerco hasta quedar a su altura. ―¿Y a ti qué te tiene en vela?

Levanta la mirada por primera vez desde que ha entrado en la habitación y lo que veo en sus ojos me rompe por dentro. Un halo de inseguridad, de dolor y de algo que no termino de descifrar enmarcan sus ojos en forma de ojeras.

―Tengo un plan para esa mirada ―le revuelvo el pelo antes de abrir la puerta de nuevo y salir de la habitación.

Bajamos hasta la cocina, le indico que se siente en uno de los taburetes y saco dos tazas del armario. Las lleno de leche y echo cacao en polvo, el favorito de Larry. Lo caliento en el microondas pensando en cuál va a ser mi siguiente pregunta para que no se sienta presionado.

―¿Quieres azúcar?

Niega con la cabeza dejando su mirada fija en la isla de la cocina. Me está empezando a poner un poco nervioso que no haya dicho ni una sola palabra desde que hemos bajado a la cocina. Creo que sé qué es lo que le preocupa y lo entiendo porque yo conviví exactamente con las mismas dudas.

―No vas a cagarla mañana, Larry. Si eso es lo que te impide dormir, vete quitando esos pensamientos de la cabeza.

Resopla sacudiendo su cabeza en señal de desacuerdo.

―Ojalá fuera tan fácil como decirlo y ya está. No tienes ni idea.

Su tono de voz molesto hace que entienda la seriedad de la situación. Nunca lo he visto como hasta ahora, tan perdido en sí mismo y su mundo interior que ha perdido al crío que siempre nos pincha a todos con sus bromas.

―Pues cuéntamelo, hazme partícipe de ello para hacerme una jodida idea de qué pasa contigo, Larry. No te estoy hablando como capitán, te estoy hablando como tu amigo.

Parece que las palabras no se le meten en la cabeza hasta pasados unos minutos. Yo me mantengo apoyado sobre la encimera con una mano en mi bolsillo tocando el teléfono por si vibra por la entrada de un mensaje o una llamada, y la otra sujetando la taza caliente.

Larry levanta la cabeza con la mirada empañada.

―Creo que Tammy está viendo a otra persona. 

Agarro la taza con más fuerza para que no se me caiga de las manos. Mierda. No me esperaba para nada esta confesión porque ahora tengo que elegir. O le digo la verdad o le miento quitándole cualquier duda sobre Tammy de su cabeza. No sé qué es lo mejor para el partido de mañana. Es en lo único que puedo pensar. Larry es impulsivo y diga lo que diga, lo acabará condicionando. 

Un Pacto Con El DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora