54. Jugar la partida.

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Jess 

Sus lágrimas duelen como puñales. Duelen como nunca antes me ha dolido nada. A veces el sufrimiento de los demás se vuelve insoportable cuando sabes que tú eres el culpable. Me levanto de la cama porque soy incapaz de mantenerme quieta mientras empezamos a echarnos las cosas en cara. 

―¿Y qué quieres que pensara? Me citaste allí para vernos y cuando llego está mi trastero incendiándose y tú saliendo con dos botellas de gasolina vacías. ¿Te chantajearon para que lo hicieras? ¿Amenazaron a alguien de los diablos? Te juro que quiero creerte, Enzo, pero todos me dan motivos para dudar. 

Sé que mis palabras le han dolido. Se pasa una mano por la cara para limpiarse los rastros de lágrimas y traga saliva con fuerza preparando sus palabras. 

―Si te dijera esas dos palabras que tanto deseas oír, ¿dejarías de dudar de mí? 

Cojo aire profundamente pensando la respuesta a esa pregunta. No sé qué decir porque las dudas de siempre acuden a mí. No debería importarme tanto esas palabras cuando me ha demostrado con hechos durante todo el curso que estaba a mi lado, que daría todo por mí. 

Mi silencio le da una respuesta antes de que yo pueda remediarlo. 

―No todos somos como tú, Jess. Y deberías entender esa parte de mí más reservada cuando yo nunca te he presionado para hacer cosas que no querías. 

―Te equivocas, te respeto, Enzo. Siempre lo he hecho, te he dado el espacio que necesitas. ¡Pero entiéndeme, joder! ¿Qué harías si ves tu pista de hielo incendiarse, si tus sueños se convierten en cenizas en apenas unos segundos? Y soy yo la que sale de dentro, nadie más, solo yo. ¿Acaso no pensarías lo mismo?

―¡No! Te daría una oportunidad para explicarte. 

―No me la diste aquella vez que pusieron la foto de Peter y mía besándonos. 

Se pinza el entrecejo con sus dedos. Puede que haya ido demasiado lejos recordando cosas del pasado, pero joder, tuve que buscarle un día entero para hablar con él porque no me dejó explicarme. 

―¿Vas a denunciar? ―Me pregunta de repente. 

―No merece la pena ―bajo la mirada al suelo y me centro en los calcetines de puntos negros y blancos que llevo. 

―Pues yo sí, pienso demostrarte que no fui yo, Jess.

Sus palabras me sorprenden. Alzo los ojos hasta encontrar los suyos. Da un paso hacia mí esperando a que yo dé el siguiente, pero me quedo quieta asimilando sus palabras. 

―No te voy a mentir, no soy capaz de decirte lo que quieres oír, florecilla. Pero voy a hacer que merezca la pena cuando te lo diga. Voy a hacer que recuperes todo tu confianza en mí, te lo prometo. 

Noto un pinchazo en los ojos y sé que si no me controlo rápido, las lágrimas empezarán a caer sin cesar. 

―Y yo... ―echo la cabeza hacia atrás ligeramente cogiendo aire para poder hablar sin que me tiemble la voz― intentaré ignorar a todas aquellas personas que no confían en esto. Entender que no importan lo que digan y confiar ti. Lo voy a intentar con todas mis fuerzas, Enzo, pero hasta entonces...

No soy capaz de continuar hablando. Las palabras se quedan atascadas en mi garganta porque duelen. Maldita sea, duelen demasiado. 

Él entiende a la perfección lo que quiero decir. Sus ojos vuelven a cristalizarse rompiéndome un poco más el corazón, pero creo que es lo mejor. 

―¿Entonces? ―Pregunta en un susurro. 

―No me hagas decirlo en voz alta, por favor ―mi voz sale temblorosa.

Un Pacto Con El DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora