Que asco da la adolescencia. Un día te ves en la cima del mundo y el otro estas bajo las mantas de tu cama dudando de todo
Ese era mi caso ahora
Llevaba un vestido negro, asas finas junto a un poco de escote y llegaba hasta más arriba de las rodillas. El color contrastaba con mi pálido color de piel y cualquier persona diría que me quedaba bien pero yo solo podía ver como la barriga se notaba y mis muslos parecían más grandes que antes. Suspiré y rompí a llorar hasta que escuché la puerta abrirse y vi a Remus mirándome con una sonrisa que se iba cayendo
Hey, Leila. Sh, tranquila. Ya lo se. Ya sé que te pasa -susurró abrazandome- no pasa nada. Te lo prometo. Te ves preciosa pero tienes que dejar de llorar para estar mejor aún, ¿si?
No puedo hacerlo, Remus -le dije aún abrazandolo-
Si puedes. Ya verás que si. Ahora vas a dejar de llorar -dijo Remus limpiando mis lágrimas y sonriendome aún sujetando mi cara- vas a bajar esas escaleras como la diva que eres y la cabeza bien alta. Vas a presumir de ese hermoso vestido y vas a comer lo que te de la gana. ¿Me oyes?
Sí -murmure con una pequeña sonrisa-
Muy bien. Esa es mi chica -dijo Remus. Me volví a mirar al espejo y me concentré en su sonrisa segura-
¿Me acompañas? -le pregunté. Él entrelazo nuestras manos y bajamos ambos por las largas escaleras. En toda la noche la pase bien hasta que llegó la cena. Remus me miró y me guiñó un ojo para luego darme un pequeño apretón de manos bajo la mesa y empezar a comer-
Tú puedes -murmuró. Sonreí y empecé a comer un par de trozos de carne haciéndome sentir orgullosa de mi misma. Él besó mi mano sonriendo y luego me fui a dormir con un nuevo orgullo-