─┈ꗃ ▓▒ ❪ act one ― chapter fourteen. ❫ ▒▓
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LAS COSAS NO PODÍAN HABERSE complicado más. Katherine no había sido nada discreta y, aunque intentó jugar a dos bandas con ambos hermanos Salvatore, se dio cuenta que Stefan —el menor de los dos— estaba eclipsado con la presencia y bella de Agnetha. Más, eso no fue un impedimento para que le contase su secreto a Damon que, lejos de saber la verdad, pensó que la vampira de orígenes búlgaros lo amaba.
Stefan se tomó bastante bien la verdad sobre el origen de Agnetha. Si bien no le contó ni la mitad de cosas que sucedieron a lo largo de los siglos que había vivido, por su seguridad y por el bien común, así como le pidió que se acostumbrase a tomar verbena, de modo que nadie le podría obligar. También, le contó sobre los licántropos y lo que había descubierto, sin querer, sobre el secreto que ocultaban los Lockwood.
Sin embargo, que fueran conocedores de las criaturas más veloces de la noche no era el mayor de sus problemas. Gracias al tan desarrollado sentido de audición que tenía desde que fue convertida en vampiro por su madre hacía tantos siglos atrás, lograba escuchar las conversaciones que mantenía el consejo fundador sobre cómo acabar con los vampiros, de modo que así cesarían los ataques. Pese a ello, las dos vampiresas amigas conocían el secreto que ocultaba la familia Lockwood y la maldición del hombre lobo que había en su familia; así como habían descubierto que el propio alcalde había roto con la maldición cuando mató, supuestamente accidentalmente, a un jornalero que trabajaba a las afueras de la ciudad. Ese era su as bajo la manga, aunque Agnetha Mikaelson tenía otro.
No estaba entre sus planes dejarse acorralar por unos humanos ineptos que su mejor arma era la verbena. Ella misma había visto como la cultivaban, por lo que desde entonces decidió guardar su don para hipnotizar y obligar, el famoso control mental, de lado hasta asegurarse que dejaban de ingerir verbena, lo que hacía que ese don tan recurrente entre los vampiros no funcionase. Así como no quería dejarse atrapar ni encerrar en ninguna parte, no le quedó más opción que volver a Nueva Orleans, pensando que todo estaría mejor en la ciudad donde vivía su familia.
Fue esa la misma razón por la que, aquella mañana de mediados de junio, cuando el calor empezaba a notarse y el sol salía todos los días, se encontraba terminando de empaquetar todas sus pertenecías dentro de esos majestuosos baúles donde tallaron sus iniciales un par de siglos atrás. Asegurándose que Katherine Pierce tenía un plan para huir (y sabía que no fallaría, porque si en algo era buena su amiga era escapándose), no le ataba nada más en Mystic Falls.
Nada excepto Stefan, con quien la relación que habían empezado a desarrollar desde que llegó. No obstante, Agnetha tampoco era una persona de tener relaciones serias; además, que el joven Stefan Salvatore era humano y ella un vampiro de más de ochocientos años. Nunca quiso hacerle daño, aun si se trataba de él quien hablaba la profecía. Nunca le convertiría en uno de ellos, por mucho que le dejase, todas las mañanas, un poco de su sangre en el café que siempre tomaban juntos, siendo precavida por si algo sucedía. Por si en algún momento surgiese algún problema, al menos, Stefan podría sanar y, desgraciadamente, si llegaba a morir, despertaría y estaría en transición.
Cuando el carruaje estuvo listo en la puerta de los terrenos de la mansión Salvatore, fue el momento de despedirse. Era algo doloroso, teniendo en cuenta que en el fondo de su corazón, en lo más profundo de su ser, quizás si había aceptado los sentimientos que tenía por Stefan. Pero era lo mejor para todos.
Y es que aquel chico, de diecisiete años, se había ganado el corazón de Agnetha Mikaelson. Era el joven más bondadoso que había conocido nunca. El joven perfecto para una chica que realmente le mereciera. Por eso, no se sorprendió cuando salió a despedirse.
―Te extrañaré, cariño ―murmuró el varón, que rodeó la cintura de la chica, con delicadeza.
―Si el destino lo quiere, nos reencontraremos ―dijo la fémina, rodeando el cuello del adolescente con sus brazos―. Creo en el destino, tendremos una oportunidad en el futuro.
El chico, que entendió las palabras que la oriunda vikinga había dicho, se armó con todo el coraje y la valentía del mundo y se dejó llevar por el momento. Sus labios no tardaron en hacer contacto con los ajenos, uniéndose en un beso largo. Era como un beso de película. Un beso que lo era todo. Un beso que significó más de lo que creía.
Con ese contacto tan cercano, a raíz de aquel beso, entendió la profecía que había escuchado a principios del siglo XVI. La profecía con la que había soñado desde que había llegado, el recuerdo agridulce de esas brujas que seguía vivo en su mente.
"Dos almas gemelas se conocerán cuando menos se lo esperen.
Se separarán, más, con el tiempo se reencontrarán.
No será un camino fácil, ni tampoco corto,
pero los obstáculos superarán, y juntos acabarán."
Aggie cerró sus ojos unos segundos, aspirando por última vez en mucho tiempo el aroma que Stefan desprendía. Ese olor a césped recién cortado y pergaminos viejos. Se había convertido en su olor favorito.
―Solo nos quedará la esperanza de reencontrarnos algún día, vida mía.
* *
n/a. si no voy equivocada y según los capítulos que añadiré antes de terminar el acto, le quedan unos cinco o seis para empezar el segundo (lo que viene a ser the vampire diaries como tal).
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POWER.
FanfictionEsther siempre había odiado a una de sus hijas; ella supo, desde que nació, que sería la persona más poderosa que había conocido nunca. Y por ello, la maldijo, lentamente, hasta que se alejó de su familia, una vez les convirtió a todos en vampiros. ...