Mi chica

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La víspera del 1 de septiembre por la noche no hago más que dar vueltas en la cama. No me he podido quitar a Cedric de la cabeza en todo el verano. Y ahora que sé que voy a volver a verle, me agito y me sofoco como una colegiala enamorada.

Algo en su forma de actuar después del beso me desanima: Esa actitud de proscrito que me esfuerzo por no ver como un arrepentimiento vergonzoso, como si no hubiese querido que pasara. Pero no. Todo fue deliberado. Calculado al milímetro, casi podría decir. Lo estuvo planeando, lo estaba deseando. Imagino que en sus planes no entraba una escapada subacuática con el monstruo del Lago Ness, pero el resto fue tal y como él mismo escribió el guión. Recuerdo todas y cada una de las cosas que me dijo aquella noche, toda la sucesión de eventos que desembocaron en aquel inolvidable beso.

<<Me preocupan muchas cosas y estoy un poco cansado de todo, Justin.>>

Cuando estaba conmigo, parecía querer olvidarse de todo lo demás. Todas las cargas, expectativas e ilusiones que el resto de la humanidad pone sobre sus hombros de prefecto-capitán-buscador-rompecorazones-chicodiez.

Y eso es lo que me levanta la moral hasta el firmamento: Ahora sé con una certeza casi abrumadora que tengo esperanzas.

Pero ahora no sé cómo vamos a afrontar este nuevo año en el colegio, ni qué es lo que espera de mí: ¿Discreción, pasión, olvido? Menos que lo olvide, puede pedirme lo que quiera.

Porque si todo empezó y acabó con ese beso, creo que este curso voy a desear morirme.

Y no, no, no, ¡NO! Prefiero mil veces ser optimista.

Por lo pronto, intentaré dejar de montarme películas. De viaje con mi familia me sorprendí a mí mismo fantaseando constantemente sobre Cedric. Pero no sólo recordando una y otra vez aquel furtivo beso, sino imaginándome lo que podría suceder este curso y, sobre todo, después de Hogwarts. En uno de los universos alternativos, llegábamos al altar. Mi madre lloraba mucho y mi padre estaba rojo como un tomate mientras el cura holandés nos daba la bendición. Una vez imaginé que adoptábamos niños y los llevábamos de excursión al lago Ness y les señalábamos Urquhart y les decíamos "Mirad, ñajos, aquí empezó todo". Al pensarlo, casi me caigo rodando por la ladera de una montaña que andaba descendiendo con mis padres.

Mi madre ya me ha preguntado que quién es la chica: se lo huele. Sobre todo cuando me puse a llorar a moco tendido al final de Mi chica, una película (una de verdad, no de las mías) que vimos juntos en la tele este verano porque en el cine acababa de salir la segunda parte (que todavía no he visto). Qué tristísima que es.


Hannah y Susan se ríen de mí en el tren cuando les cuento el argumento de Mi chica

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Hannah y Susan se ríen de mí en el tren cuando les cuento el argumento de Mi chica. Reconozco que es un poco ñoño, pero me da mucha pena que por culpa de unas avispas... El pobre tenía toda una vida por delante. Y, además, casi había conseguido a su chica, ¿no? Muy, muy injusto.

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