Huevos en el baño

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Noviembre termina y da paso a un diciembre más propio de la era glaciar que del siglo XX. En cualquier caso, ni las ventiscas, ni las corrientes que dejan a uno con dolor de tripa toda una tarde, ni la amenaza constante de tormenta de aguanieve consigue aguarme a mí el buen humor.

Ahora Cedric vuelve antes de la biblioteca para estar un rato en la sala común con nosotros antes de cenar. Y es agradable ver cómo el club de fans está más calmado, al menos en nuestra casa. La cara la tiene completamente curada y, como siempre, da gusto mirarle. Pero hay un poso en su mirada que aún me incomoda. Es un poso de miedo y de inseguridad que nada tiene que ver con el Torneo de los tres magos.

El poso desaparece un día que me pilla a solas a la salida del comedor y se ofrece a enseñarme el baño de los prefectos cuando todos se hayan ido a dormir. Casi pego un chillido de alegría, pero me contengo y sólo me agito lo suficiente como para no perder públicamente la decencia.

Esa misma noche salimos a hurtadillas de la sala común y nos dirigimos al quinto piso, a la (una, dos, tres...) cuarta puerta a la izquierda de la estatua de Boris el Desconcertado, cargando con el huevo de marras, de modo que, si alguien nos pilla, lo podamos usar de coartada. Por el camino vamos ensayando la excusa perfecta:

"Es que, entiéndalo señor Filch: Necesitaba a Justin para que me sostuviera el huevo mientras yo lo examinaba."

"¿Al huevo?"

"¡No, a él, si le parece!"

"Porque todo el mundo sabe que tus huevos son de oro, Cedric," reíamos por lo bajo, destrozando nuestro sigilo por momentos.

"Frescura de pino," consigue pronunciar entre risillas delante de la puerta, y luego me cede el paso.

AAAAAAAAAAAAAAh, qué placer de bañera. ¡Qué bien viven los prefectos! Chapoteo y buceo bajo la espuma, salgo y aspiro las fragancias de los perfumes, juego con los grifos y, por el rabillo del ojo, observo a Cedric, sentado en el borde de la inmensa bañera, haciendo rodar el huevo en su sitio, mientras me lanza, como quien no quiere la cosa, miradas más furtivas que las mías, y que las de la sirena del cuadro de atrás, que tiene corazoncitos por ojos ya sólo de ver al campeón por la espalda.

Ah, por si no ha quedado lo suficientemente claro, ambos estamos como nuestras respectivas madres nos trajeron al mundo (y no quiero pensar que, además de un cuadro, hay un fantasma espiándonos, como me ha parecido ver antes). Tras una sesión de chapoteo conjunto, de aguadillas, de correr el uno con el otro a caballito y de escupirnos agua de un lado a otro de la bañera, Cedric sale fuera y yo lo persigo, cubiertos sólo por la desintegrante espuma. Al final le agarro de las manos y él me induce a bailar.

"¿Cómo era ese Walk of Life que tanto te gusta?" sonríe con picardía.

Recordando cierto momento bochornoso del curso pasado, y colorado como un tomate, agito la cabeza para apartarme los rizos empapados de la cara y empiezo a mover mis caderas al ritmo de la letra que voy cantando. Cedric se mueve a mi ritmo mientras silba el ritmo de fondo, y así, mano a mano, cadera frente a cadera, nos tiramos un par de minutos hasta que termino un "..is the Walk, the Walk of Life", tras el cual Cedric me espeta:

"¡Pues vigílalo!" y me tira al agua a traición.

¡Menos mal que la bañera es profunda! No he hecho más que asomar la cabeza, tosiendo y perjurando en arameo, cuando Cedric para de reírse y se queda pensativo mirando el huevo.

"¡Cógelo!" me dice de repente, lanzando el huevo en mi dirección.

Consigo atraparlo al vuelo, pero pesa tanto que se me resbala y se me abre sin querer. Para acallar los gemidos del averno que resuenan monumentalmente contra las paredes del baño, decido ahogarlos rápidamente en el agua y, para mi satisfacción, compruebo que se convierten en inocentes gorgoritos.

¡Hufflepuff Existe!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora