¡No pienso ser un blandengue!

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No hace falta mencionar que aquella semana es el infierno para cualquier Hufflepuff mínimamente cercano a Cedric, y puesto que en nuestra casa todos nos sentimos verdaderamente cerca los unos de los otros, y este curso habíamos reforzado a tope el vínculo, puedo afirmar que aquella resulta una semana infernal para todo Hufflepuff.

No hay risas ni canciones en la sala común; en el gran comedor parecemos un velatorio constante; y ningún profesor tiene que mandarnos callar ni una sola vez, más bien al contrario: nos tienen que regañar para que alcemos la voz de un susurro. Las conversaciones se reducen a mínimos absurdos, tratando de evitar cualquier asociación que lleve a recordar lo que no puede ser mencionado por tácito acuerdo: hasta que no digiramos el golpe, no podremos siquiera intentar comprenderlo.

Hannah tiene una grave crisis de ansiedad que la lleva a la enfermería un par de días. Zacharías discute con tres compañeros de clase y acaba por aislarse de todos idéntico tiempo. Ernie, más que nunca, y pese a tener que atender a otras personas como Hannah, se convierte en mi sombra; y con todo y con eso no puede impedir que la falta de sueño haga que me desplome por los pasillos antes de llegar el fin de semana.

Para ser más exactos, el jueves.

Voy de camino a la biblioteca, donde me espera él, en la hora libre de Defensa (pues Moody por alguna razón no ha acabado el curso) cuando el calor, el cansancio y el hambre de antes de comer se confabulan para producirme un mareo que me tira al suelo. Por suerte no me hago daño y consigo sentarme contra la pared a recuperar fuerzas y claridad. No hay ni un solo estudiante más por el pasillo a esas horas, pero, mira tú por dónde, sí se da la casualidad de que un profesor regresa a esas horas desde la calle.

Snape.

"¿Qué está haciendo aquí, señor Finch-Fletchley? ¿Tomar el sol?"

Con gran esfuerzo levanto la cabeza, pero él debe de notar que mis ojos no lo enfocan bien, porque enseguida chasquea la lengua y se agacha para tomarme la temperatura y el pulso, y examinarme las pupilas.

"Los Hufflepuffs siempre habéis sido unos blandengues," farfulla con desprecio, tirando de mi brazo y ayudándome a incorporarme. "Tendrá que venir conmigo a la enfermería."

Me siento raro cruzando el recibidor auxiliado por Snape, que me tiene agarrado por los hombros. Su gesto ni es amable ni es bondadoso, es sólo un gesto de responsabilidad. Pero lo cortés no quita lo valiente. Madam Pomfrey, nada más verme, exclama con los brazos en alto:

"¿¡Otro más!?" Y me adjudica una cama rápidamente.

Sin mediar palabra, Snape da media vuelta y se marcha con la túnica al vuelo. No sé si oye las tenues gracias que le doy, ni si ese gruñido ha sido su respuesta.

Alguien debe de haberme visto en el recibidor, porque apenas me ha dado Pomfrey una poción reponedora cuando veo a Ernie entrar jadeando en la enfermería.

"¡Aquí no se corre, señor Macmillan!" le regaña ella.

"Discúlpeme," jadea. "Lo siento mucho." Y a mí: "¿Cómo estás?"

"Bien," sonrío con una caída de ojos que dice lo contrario.

Ernie se sienta en la silla que hay junto a mi cama.

"Sabía que esto pasaría, lo sabía. Tenía que haber pedido poción del sueño para ti también. Muchos compañeros la están tomando para poder descansar por las noches, pero tú eres tan obstinado... tan... tan..."

Idiota, pienso, porque sé que Ernie lo está pensando. Con esa cara pálida y esos ojos que, pese a lo que dice, tampoco han conocido descanso desde el sábado fatídico.

"¿Ernie?"

"Dime," me sonríe.

"No quiero ser un blandengue."


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