Adiós, Cedric

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No sé en qué momento me quedo dormido o pierdo el conocimiento. Tampoco cuánto tiempo ha pasado. Lo que sí sé es que me despierta una voz en mi oído y una mano en mis cabellos.

"Sabía que estarías aquí."

¿Ernie?

"Justin, no puedes quedarte aquí solo. Ven a casa."

Ni me muevo ni respondo. Tampoco veo mucho con los ojos llenos de lágrimas.

"Justin..."

Ernie apoya entonces una rodilla en el suelo y acto seguido me levanta en sus brazos con gran esfuerzo. Me siento tan débil que ni intento protestar. Y en brazos me lleva a duras penas de vuelta al colegio mientras sigo atontado y llorando con la cabeza escondida en su pecho.

Atraviesa los terrenos con paso decidido, llega hasta el gran recibidor con la lengua fuera, y consigue bajar las escaleras hacia las cocinas con piernas temblorosas. Sabía que podría conmigo.

Ernie respira con dificultad cuando me deja en el suelo delante de la entrada.

"Sprout nos ha hecho reunir a toda nuestra casa en la sala común. He estado ayudando a la prefecta a sacar a todos de sus dormitorios y sólo faltas tú."

Pero yo no quiero entrar y me doy la vuelta de inmediato, dispuesto a huir a cualquier otro sitio donde no me puedan encontrar. Ernie me agarra del brazo antes de que dé otro paso y me hace mirarle a los ojos.

"No podemos dejar que el miedo y el caos nos dominen. Ni tampoco podemos llevar esta tragedia solos, Justin. Nuestra casa está hundida y yo no puedo hacer más," tiene los ojos rojos y la voz casi tomada. "Tanto en la alegría como en la tristeza tenemos que estar todos juntos. Ahí dentro las chicas te necesitan... yo te necesito... Por favor, Justin. Sé un Hufflepuff. Ven, y siéntate con nosotros."

Con una debilidad que se extiende a mis piernas, asiento. Pero es abrir la puerta, echar un rápido vistazo al interior y no puedo, ¡no puedo! Hay demasiados recuerdos, demasiado dolor esperándome allí. Intento echar a correr de nuevo, pero Ernie me agarra y me coloca sobre su hombro como un saco de patatas antes de meterme dentro de una vez.

Desde mi lamentable posición apenas puedo ver a nadie, pero basta con oír para saber en qué estado se encuentra todo el mundo. Ernie consigue que me hagan hueco en el sofá circular y allí me deposita con suavidad, mientras él ocupa un asiento enfrente. El espectáculo es deplorable: Por todas partes hay gente sentada llorando y temblando, maldiciendo y consolando. La cabeza vuelve a darme vueltas y no siento el corazón. Entonces, de improviso, me siento abrazado violentamente por ambos lados al tiempo que unas llorosas Hannah y Susan gritan mi nombre:

"¡Justin, Justin! ¡Menos mal que estás aquí, menos mal!"

"¡Es horrible, Justin!"

Lloran, y lloran, y vuelven a llorar, pegadas a mí. Yo las abrazo muy fuerte y dejo caer libremente mis lágrimas, como todos. Ernie y los mayores hablan entre ellos con la voz tomada y las mejillas húmedas. Hay quienes patean la pared y asignan culpas gratuitamente. Detrás del sofá, a un lado, apartado de todo el mundo, Zacharías Smith tiembla con violencia. No deja acercarse a nadie y golpea de cualquier modo al que intenta siquiera darle una palmada tranquilizadora. Desde aquí puedo oírle sollozar. Yo no puedo dejar de pensar que en este mismo sofá anoche el mundo era perfecto y hoy está roto.

De nuevo el tiempo transcurre caprichoso e impreciso en un silencio más deprimente que fantasmal, hasta que empiezo a sentir una cálida sensación en la boca del estómago. Por entre los cabellos de mis dos chicas, que no dejo de acariciar, echo un vistazo a mi alrededor, a todas esas caras amigas sufriendo por la misma pérdida que yo. Ernie me mira con ojos vacíos y asiente. Creo que empiezo a entender lo que quería decir.

¡Hufflepuff Existe!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora