Justin, asúmelo: Estás atrapado en Hufflepuff con toda su fauna y flora. Lo peor que te puede pasar es que te mueras de aburrimiento. Y lo mejor... siempre termina cuando uno menos se lo espera. Pero siempre habrá un amigo cerca para recoger tus ped...
El día es agotador y estresante, como cualquier día de preparativos para un viaje en el que hay una madre de familia presente.
Por descontado, no nos saltamos el programa de estudio (¡impensable!); la única diferencia es que empleamos el rato de ocio de la tarde en preparar el equipaje, en lugar de hacer algo divertido. Sobra decir que me acuesto rendido y que caigo como un bendito nada más hacer contacto con las sábanas.
Pero apenas unos minutos después, que bien pueden haber sido una hora, me despierto a medias y registro cierto movimiento en la cama de al lado.
Nuestras camas están pegadas (una es grande y la otra es plegable), de modo que no me cuesta nada discernir la cara de Ernie a escasos centímetros de la mía, mirándome de frente. Mis ojos recorren discretamente el bulto que ocupa en su cama, cubierto sólo por la sábana, hasta observar de donde procede el movimiento.
Sé lo que está haciendo. A mi edad ya lo he probado yo mismo unas cuantas veces. Lo que no entiendo es cómo demonios puede hacerlo con los ojos abiertos. De pronto, Ernie se queda parado: Debe de haberse dado cuenta de que estoy despierto. Carraspea y se da media vuelta. Imagino que mortificación es lo mínimo que se siente cuando te pillan, y lo caballeroso sería dejarlo estar, dejarle preservar su dignidad; pero no puedo evitarlo, es más fuerte que yo:
"¿Qué hacías, Macmillan?"
"Nada."
"Es normal rascarse si te pica."
"Sabes muy bien lo que estaba haciendo, Finch-Fletchley."
"No, recuerda que me he pasado el principio de mi adolescencia duro como una piedra."
De espaldas a mí, Ernie se ríe.
"Ernieee," canturreo, asomándome por encima de su hombro. "Macmillan, Macmillan, ¿los magos no usáis la varita para esos menesteres? Oh, ¡pero si es verano y somos menores! Lo olvidaba: En verano hay que hacerlo todo MANUALMENTE."
Me empiezo a reír como un descosido. Suerte que sus padres duermen en la otra punta del pasillo.
"Justin, quítate de encima."
"Estás sudando como un gorrino," le palpo la frente. "Creí que tu sesión de gimnasia había terminado antes de la cena."
"Justin, no te lo voy a repetir otra vez. Quítate. De. Encima."
Su tono tembloroso me parece divertido, así que le empiezo a buscar las cosquillas durante unos segundos, palpando por encima y por debajo de la sábana...
...Y se las encuentro.
Sin previo aviso, Ernie aparta las sábanas, se incorpora todo lo grande que es y me derriba de un empellón sobre mi cama. Después me agarra las manos y me las sujeta por encima de la cabeza.
"¿Ahora quién es el gorrino camino del matadero?" sonríe, pero hay algo en todo esto que empieza a ponerme nervioso.
La rodilla de Ernie ha reptado entre mis piernas y se me clava ligeramente, suavemente, casi provocativamente. Igual es sólo mi reacción lo que me asusta, pero en cualquier caso Ernie lo nota, lo mira y vuelve a sonreír.
Sin poder soportarlo más, intento zafarme de su agarre, pero no soy rival para la fuerza y la envergadura de Ernie, y enseguida logra derribarme de nuevo sobre mi espalda mientras me agarra ambas manos con una sola de las suyas, una de sus grandes manos, y con la otra me baja bruscamente el pantalón del pijama de verano y tantea hasta dar con el tesoro escondido.
"Lección práctica del día, capítulo extra a petición del alumno curioso," susurra en mi oído, mientras me revuelvo sin éxito sobre las sábanas, con buena parte de su peso encima.
"¡Déjate de bromas, Ernie!" gruño antes de morderme el labio y ceder, pues con esa mano que tiene, esa mano tan grande, me está demostrando con el ejemplo en qué había estado ocupado hace unos instantes.
Lo único que me queda es ahogar la voz y cubrirme los ojos con un brazo, cuando por fin me los deja libres, porque no puedo soportar su mirada fija en mi cara mientras manipula mi cuerpo. Quizá sea el secreto de que lo haga tan bien: que no cierra los ojos, que se dedica a ello como se dedica a una poción complicada o a ejecutar un hechizo que a los demás les cuesta días dominar y a él apenas minutos.
Y escasos minutos me cuesta a mí llegar al límite, y veo que me voy, me voy, me voy y él sigue y sigue; y al final acabo jadeando su nombre en un bis continuo sin darme cuenta, en un intento por hacerle parar, sin gana alguna de que pare, con una voz tan ajena a mí que Ernie emite un gemido agónico antes de desplomarse sobre mí, jadeando en mi oreja, pero sin aplastarme, su cuerpo en un éxtasis tan placentero como el mío.
Espera...
"Mmm... ¿Ernie?"
"¿Mm?"
"No me digas que estabas a dos manos."
Ernie lo piensa un instante antes de responder.
"Pues sí. ¡Cómo si pudiera esperar que me devolvieses el favor!"
"¿FAVOR?"
"De nada," siento que sonríe contra mi oreja, y se incorpora parcialmente sobre sus rodillas, una a cada lado de mi cuerpo.
Agita la cabeza para despejarse y después me mira durante unos instantes.
Yo me lo quedo mirando también, indeciso, atontado, medio grogui y un poco desconcertado por toda la situación.
Ernie levanta una mano y la acerca a mi cara, pero a medio camino se da cuenta de algo y maldice por lo bajo.
"En el colegio es todo más fácil, ¿verdad?" bostezo.
"Sin duda. Lamento no poder usar la magia para limpiarnos. Habrá que ir al baño por turnos," se disculpa, mirándose las manos con lo que deduzco que es vergüenza, porque ya no le distingo la cara en la oscuridad a esa distancia.
"La verdad es que sería divertido explicar al Departamento de uso ilegal de la magia las circunstancias en las que cometimos la infracción," comento y Ernie ríe camino de la puerta. "Además, tampoco importa: tengo Kleenex," le digo mientras rebusco en la mochila que guardo en el suelo junto a mi cama.
"¿El qué?"
"Lo que he traído a mansalva por si los magos en casa no usabais algo tan básico como papel higiénico."
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A la mañana siguiente Ernie baja a desayunar después que yo, tras pasar en el baño más tiempo del habitual (de las sábanas se ocupa dentro de las horas de permiso mágico), y para entonces sus padres ya han terminado y se dedican a dejar todo listo para irnos.
Tiene una expresión seria y evita mirarme a los ojos hasta que bromeo un rato con él sobre la cantidad de tostadas que se está echando en el plato y las abdominales a las que equivaldrán ("Oh, y encima mermelada de arándanos. 2 abdominales por la tostada y 3 flexiones por cada arándano son en total...") y logro contagiarle la risa, como si le acabase de quitar un peso de encima.
Me confiesa por lo bajo que pensaba que quizá yo estaría molesto por lo de anoche. Le respondo que no diga tonterías y no volvemos a tocar el tema.
Sin embargo, la sonrisa y el buen color de cara de Ernie se mantienen durante todo el día. Y la mía ni te cuento, pues he comprobado que, definitivamente, Ernie Macmillan podrá ser muchas cosas, pero desde luego homófobo, no.