Justin, asúmelo: Estás atrapado en Hufflepuff con toda su fauna y flora. Lo peor que te puede pasar es que te mueras de aburrimiento. Y lo mejor... siempre termina cuando uno menos se lo espera. Pero siempre habrá un amigo cerca para recoger tus ped...
La elección de los candidatos resulta tan previsible como sorprendente.
A nadie le extraña encontrarse a los gemelos Weasley con barba por haber intentado saltarse la línea de edad, ni a Krum como el representante de Durmstrang, ni a esa presunta Veela de Fleur Delacour para Beauxbatons.
Cuando Dumbledore anuncia a Cedric como campeón de Hogwarts, todos en la mesa de Hufflepuff nos ponemos en pie a gritar y a celebrarlo como locos, ¡como auténticos locos! (lo cual fuera de la escala Hufflepuff contaría como alegría desbordada a secas). Y la expresión radiante de Cedric mientras se dirige hacia la sala donde aguardaban los otros campeones, al tiempo que es palmeado en la espalda, abrazado, agitado, zarandeado, estrujado, besado por unas cuantas y pellizcado en los mofletes por una orgullosa Sprout justo antes de desaparecer por la puerta, ha quedado para siempre inmortalizada en una instantánea con cuyas copias Colin Creevey va a rehacer sus ahorros hasta el verano siguiente.
Pero ni siquiera Cedric como representante de Hogwarts ha sido una sorpresa.
Lo que nadie se explica aún (y por las caras de los profesores y del mismo Dumbledore, eso incluye a los mayores) es cómo demonios ha conseguido Harry Potter salir elegido también. Cuando el Cáliz de Fuego ha expulsado la papeleta extra y Dumbledore ha leído su nombre, a los Hufflepuff se nos ha caído el alma a los pies. No es justo. ¿Por qué él? ¿Por qué SIEMPRE él? No sé si la cicatriz que tiene es como una VISA ORO, un pasaporte mágico o una llave maestra para acceder adonde te plazca, pero he de decir que estamos profundamente indignados. ¡Por favor! ¡Para una vez que íbamos a tener nuestro momento de gloria! Pues no, oye, no. El maldito niñomierda parece haber nacido para ser el centro del universo mágico.
Nadie aplaude, nadie vitorea, nadie habla. Como mucho, algunos se yerguen para mirarle mejor y así, probablemente, atisbar su cara de indudable satisfacción al no haber sido dejado atrás en los honores permanentes del colegio. Yo no quiero mirar: Hasta ahora había sentido aprecio y admiración por él. HASTA AHORA. Ni siquiera soy capaz de intercambiar comentarios envenenados con los demás, quienes palian nuestra creciente indignación compartiendo el sentimiento homicida colectivo. Sólo puedo pensar en la decepción que se va a llevar Cedric cuando lo vea aparecer al otro lado de esa puerta.
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Decepción que será patente esa misma noche en la sala común.
Sentados alrededor del brasero, y a petición de todos los Hufflepuffs, Cedric nos cuenta, con no poco desconcierto y cierto tinte de amargura, lo ocurrido una vez elegidos los campeones: la reunión entre los profesores y los indignados directores de los otros dos colegios, en la cual casi acaban cancelando el torneo, hasta que ha llegado Moody para recordarles que la participación es obligatoria, pues es como un contrato mágico que no puede incumplirse una vez que el nombre de los candidatos ha sido introducido en el Cáliz.
Moody también ha planteado la posibilidad de que alguien haya metido el nombre de Potter con la esperanza de que muera salvaje y brutalmente durante las pruebas, pero no caerá esa breva mágica.