CAPÍTULO 12: LÁGRIMAS DE HUFFLEPUFF

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Sin pensarlo dos veces echo a correr con toda la fuerza que me permiten mis piernas. No me fijo en quién tengo por delante ni en si me siguen mis amigos. Al igual que Amos Diggory, que no quiere detenerse a escuchar a Dumbledore, ahora mismo lo único que me importa es ver a Cedric.

 Pero no puedo acercarme a él, hay demasiada gente en mi camino.

 Veo a Ojoloco Moody llevándose hacia el castillo a Harry, quien apenas puede andar o ver delante de él; escucho al Ministro Cornelius Fudge comentar, meneando la cabeza: "Pobre muchacho, ¡con lo joven que era!"; y, cuando por fin puedo atisbar el cuerpo inerte de mi capitán, tendido en el suelo con los ojos y la boca abiertos, como si hubiera caído víctima de un ataque inesperado, la cabeza empieza a darme vueltas y algo se me hiela en el pecho y en las venas.

La gente está chillando, gritando y llorando a mi alrededor. Muchas niñas, Cho incluida, se consuelan mutuamente. Nadie parece saber cómo ha sido y el único testigo ya no está para contarlo. Pero todo esto lo oigo muy lejano y distante, como si el sonido del mundo hubiera quedado amortiguado para mí; y el lamento desgarrador de Diggory padre al llegar por fin al lugar ("¡Hijo mío! ¡Tú no! ¡TÚ NO!"), es lo último que registra mi mente antes de volver a echar a correr hacia cualquier sitio en el que no se escuche el eco infernal que comunica la tragedia sin poder explicarla.

 Pero todo esto lo oigo muy lejano y distante,  como si el sonido del mundo hubiera quedado amortiguado para mí; y el  lamento desgarrador de Diggory padre al llegar por fin al lugar ("¡Hijo  mío! ¡Tú no! ¡TÚ NO!"), es lo último que registra mi me...

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Cuando me quiero dar cuenta estoy detrás del último invernadero, jadeando en el suelo al borde del precipicio.

Durante unos instantes locos, el impulso de jugarme la muerte o la paraplejia colateral es tan fuerte que sólo la absoluta incapacidad de mover un dedo me impide saltar. Nunca en mi vida había recibido un mazazo tal que anulara toda mi capacidad de sentir o pensar. Y la noche ideal, con sus miles de estrellas y su calidez veraniega, hace que todo esto parezca una pésima broma, una estúpida pesadilla, un cuento de miedo.

De verdad que intento convencerme de que hoy no es hoy, sino ayer, y todo esto no es más que un mal sueño. Cedric tiene que salir aún del laberinto, victorioso, con el trofeo en la mano. Y todos tenemos que aplaudir porque hemos ganado el torneo. Así era el guión y así debió de suceder la escena. Los Hufflepuffs gritaríamos de alegría y, por una vez en muchísimos años, tendríamos algo nuestro que celebrar.

Cedric es nuestro campeón, no puede morir.

No puede morir antes de que nos casemos en Holanda y llevemos a nuestros hijos adoptivos a Urquhart de vacaciones. No puede morir antes de que le diga... le diga...

Pero Cedric está muerto.

Cuando me canso de que la arenilla y las piedras se me claven en el pecho, me incorporo y me siento contra la pared. Como el tiempo ha desaparecido, no escucho absolutamente nada.

Entonces, recuerdo a Cedric abrazándome por detrás en este mismo lugar, en las ganas locas que tengo de que lo haga ahora mismo, y en sus últimas palabras a solas, poco antes del festín, mientras me estrujaba entre sus brazos tras un último revolcón en el cubículo de los lavabos:

"Justin, te quiero muchísimo."

Nada de eso volverá a ocurrir.

Cedric no volverá a abrazarme jamás.

Cedric no volverá.

Y entonces, sólo entonces, estallo en llanto amargo.

Viene de golpe y muy abrupto, y me temo que más alto de lo que me atrevería a llorar si fuera consciente de que estoy llorando. Pero es como vómito: rápido, violento e imparable.

"Yo también te quiero muchísimo, Cedric," sollozo al vacío a mi alrededor.

Y me quedo ahí, hecho un guiñapo, llorando a viva voz durante horas con la cabeza escondida en mis rodillas hasta que me duelen los pulmones.

¡Hufflepuff Existe!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora