Capítulo 3

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Me quedé un rato con Lezanger después de que Daniel se retirara. El amargo silencio que siguió fue para amarrar estómagos, esperaba que mi compañía le diera a mi hijo algo de serenidad. Lo mimaba con delicadeza. Su cuero cabelludo pronto estaría muy débil, así que en lugar de acariciarlo con mis dedos, lo hice con una pelota de pelusa. Mi intención era retrasar las señales de decadencia física. Sabía que cuando Kham notara su piel escamosa, o viera su pelo caer, entraría en crisis porque ello significaba estar cada vez más cerca de su total conversión.

Cuando Moisés empezó a sentir la indisposición que anticipa al cambio de sangre, nos lo ocultó completamente. Supimos que su tío irresponsable lo había encubierto, y eso generó conflicto entre Daniel y mi hermano. Pero según, Diego no sabía que Kham sería capaz de ponerse en peligro con tal de intentar burlar a la naturaleza.

Una noche, Lezanger quiso quedarse en la casa particular que tiene como suya. Más que nada la usa para guardar instrumentos musicales y ensayar allí. Nunca le interesó dormir ahí solo. Menos tomando en cuenta que cada vez que se despertaba de madrugada, se iba a mi cama si es que yo no estaba encerrada con el Zethee, además de que peleaba con su padre para ganar sitio junto a mí si es que me correspondía descansar. Fue mi error pensar que quería espacio por un par de días gracias a lo que estaba pasando con Aris. Además, seguía volviendo de todos modos cada tantas horas, bien fuera a buscar comida o artículos personales, como a hablar conmigo o con sus primos, mirar un rato a sus hermanos menores, o alimentar al tigre.

Entre las decenas de oportunidades que tuve para analizar que algo ocurría con él, hubo una en particular en la que aún entre mis brazos, Dakota levantó el suyo y se le aferró a Kham, halando la manga de su sudadera. ¿Qué tanta fuerza puede tener una niña recién nacida en sus tiernos dedos, como para sacarle un grito a un adolescente? Durante un segundo pensé que jugaba con nosotras, pero la expresión desfigurada de su rostro me conmocionó hasta convencerme que de verdad tenía un dolor. Dazha no lo sujetó con más presión de la que hubiera mostrado cualquier bebé humano, ni yo misma lo toqué con brusquedad al tratar de averiguar lo que tenía, pero Lezanger se retorció como si lo torturara. Mis uñas le rasgaron el suéter durante el movimiento, y así fue como vi la úlcera que se le formaba en las venas desde la raíz del codo.

Su organismo estaba listo para iniciar la conversión, él lo sabía. Se automedicó a nuestras espaldas con un fármaco usado en trastornos de neoemia, eso le estaba coagulando la sangre que se supone debía botar. Pasaba por cuadros intermitentes de dolor agudo sin decirle a nadie. Al dormir expulsaba restos sanguíneos de olor fétido, lo que comprobamos al encontrar en su casa la ropa sucia. Y en las fosas nasales se le formaban bultos de sangre sólida, que se aseguraba de arrancar antes de que sospecháramos nada. Sin prudencia sobre sí mismo, Lezanger se había puesto en riesgo de muerte. Todavía al saberse descubierto, se negó a recibir lo necesario para la inducción inmediata de la primera fase, pero eso no detendría a Daniel y por supuesto tampoco a mí.

Nunca olvidaré la mirada que me dedicó Kham mientras sangraba a chorros, como lo había hecho yo cuando me convertí hace años. No había rencor en sus ojos, ni ira. Vi en su lugar una mezcla de temor, resignación, y abandono de esperanza. Como si se preguntara el motivo por el que la vida lo llevó hasta ese punto, o cuál era el sentido de su existencia.

Ahora, impulsada por mis propios miedos de que atentara de nuevo contra su salud, me atreví a enfrentarlo con una pregunta directa, dado el encuentro reciente que tuvo con su prima.

—¿Qué le pediste a Mary Angelle?

Conociendo sus gestos, supe que no estaba seguro de querer responder. Se tomó más de un minuto antes de decidirse.

—Este cuerpo maldito empezará a pedir sangre en cualquier momento.

—No tienes ninguna maldición.

Herencia Roja  | Libro 13Donde viven las historias. Descúbrelo ahora