En el brindis posterior me senté junto a Diego para que me pusiera al día de todo lo que ha estado haciendo él, los chicos, Alyssa, que me diera una actualización general.
Perybandell, elegida para poner música esta noche con su manipulación diestra en el internet, supongo que solo tenía que pensarla para que sonara en los parlantes. Ahí montada en aquella plataforma, con tantas luces de colores a su alrededor, resaltaba más su extraña naturaleza electrónica. Subió el volumen, y sus mezclas de nula compatibilidad entre un tema y otro daban lo mismo, la mayoría teníamos el mismo objetivo y era embriagarnos como una cuba, así que el ambiente extravagante podía colaborar con eso. De hecho, me ayudó, pues me sacó de un aprieto con una canción maravillosa, en cuánto mi hermano me hizo una incómoda pregunta:
—¿Tú estás bien? —inquirió con el ceño fruncido.
Las notas de "Aserejé" popular canción de moda para entonces empezó a sonar, me levanté meneando la cintura y oscilando los brazos.
—Mira lo que se avecina a la vuelta de la esquina, viene Diego rumbeando—canté, y le hice señas para que viniera conmigo —Con la luna en las pupilas y su traje agua marina
van restos de contrabando.Arcángel, que llegó tarde pero llegó, fue el primero en unirse. Con él respaldándome, hicimos la coreografía.
—Y aserejé, ja, de jé, de jebe tu de jebere, seibiunouva an majavi an de bugui an de güididípi.
—Estas como que quieren aprender zansvriko —se burló, haciendo los movimientos sin errores.
Pero Diego no fue el único aludido, para el siguiente tema estaban todos aplaudiendo y cantando a coro:
—¡Mesa!, ¡Mesa!, ¡Mesa que más aplauda!, ¡Mesa que más aplauda, le mando, le mando, le mando a Damara!
La hilaridad y la diversión iba aumentado a medida que bajaban los niveles de alcohol zansvriko y sangre en los barriles de los que nos servíamos. Las conversaciones iban perdiendo cada vez más sentido, pero se sentían más profundas. Mi melancolía se fue volviendo cada vez más débil, dándole paso a una zrasny coqueta y desinhibida a la que no le importaba que todos notaran cuanto adoraba a su esposo. Y él la disfrutó también, dejándola cantar, dejándola bailar, siguiéndole los juegos, permitiéndole beber cuánto le diera la gana.
—¿A qué hora me caen los billetes? —pregunté después de haber estado bailándole entre las piernas un buen rato.
No me tiró dinero, pero me tomó de la mano y se puso de pie, acercándose deliciosamente a mí mientras bailaba al ritmo de la canción que empezaba: "Gitana" de un compositor puertorriqueño.
Cuando terminó, yo me adueñé del micrófono para cantar la que seguía: "Venezia" de la banda madrileña Hombres G, y con la que terminé con el cabello alborotado de tanto saltar y lancé mis zapatos a saber dónde.
Cada tanto descubría a Lezanger fumando, le quitaba el cigarro y le exigía que no lo volviera a hacer. Sestnev y Ejos estaban allí. Básicamente ella cuidaba que no hiciera algo de lo que pudiera arrepentirme. Pero volviendo a Kham, él me sorprendió mucho. Cuando estaba lo suficientemente borracho, le arrebató a Perybandell el mando del ambiente, y lo que puso me costó creerlo: Era música de artistas zansvrikos. No la clásica que le daban ganas de vomitar, creo que bajo ninguna circunstancia las habría elegido. Pero sí un tema tras otro de esas bandas de vampiros que hacían rock electrónico y que durante años él había despreciado como intolerables. Se las sabía. Las cantó completas.
Uniéndome a él, pronto estuvimos los dos juntos cantando cómo nuestras presas sentirían nuestros dientes bien clavados en sus gargantas, y cómo su sangre tibia calentaría las nuestras. Que escucharíamos cómo se apagarían sus corazones bajo la luz mortecina, y vaciaríamos por completo sus venas azules.
La euforia había extraído las energías que le quedaban a mi cuerpo. Tenía muchas noches sin descansar, y haber llorado por tantos días también me debilitaba. Por eso ya disminuía mi alboroto, cuando la resistencia que mi sangre zansvrika le había dado a mi organismo empezaba a menguar. El efecto de la sangre y el alcohol ya estaba siendo más anestésico que estimulante.
Me detuve por un poco de agua. Desde el rincón menos popular del salón vi a Aevë volver, la verdad no la había notado salir. Fui hacia ella.
—Acompáñame —susurré.
En alguna parte de mi mente daba vueltas la culpa por no cuidarla como Elizabeth lo habría hecho con Aris. La llevé a mi recámara y la hice probarse mi joyería, esa a la que solo una zrasny tenía derecho. Le regalé todo lo que le gustó.
—¿Volverás conmigo? —le pregunté abrazada a su cabeza, ella estaba sentada frente a mi tocador y yo de pie detrás suyo.
Se quedó viendo mi reflejo en el espejo. La forma en que me miró me generó el presentimiento fuerte de que antes de responderme, me haría una pregunta que me iba a doler. Adiviné que quería explorar en sus alternativas con Adrián ahora que estaba fuera del linaje.
La bordeé, arrodillándome en frente.
—Te amo —le dije —Te deseo solo lo mejor, aunque para ti pueda ser difícil ver lo que lo es. El mismo empeño tuve yo. Estaba equivocada.
—No lo creo. Las cosas te salieron perfectas —señaló —¿O te arrepientes?
—No podría hacerlo sin despreciar la familia que formé. Pero el precio es cruel, y su costo no asegura su garantía. ¿Te parece que el destino de Aris es algo que yo hubiera deseado?
—El destino del señor de los cadáveres es la grandeza, y aunque ustedes lo humillan, él sigue obrando en beneficio de todos nosotros.
Se incorporó, acariciando mi mano hasta entrelazar nuestros dedos para guiarme esta vez. Mi estado físico y mental me había provocado en varias oportunidades leves pérdidas de memoria durante la noche. Cuando caminé con Aevë, ambas pasamos de estar en mi recámara, a la habitación donde ella se quedaría. Otros aposentos en el palacio, su propio espacio a solas, y donde parecía guardar secretos.
La vi buscar algo en su caja fuerte. El efluvio que manaba de allí me indicó que la había abierto hacía poco, fue como si quisiera sacar algo que prácticamente acabara de guardar. Pestañeé. De repente ella sostenía ante mí un pequeño baúl, sus dimensiones cabían bien en mis palmas extendidas.
—Adrián ama a Dakota —anunció con sonrisa más o menos cordial, no sé si sincera —Hizo su propia ceremonia para ella esta noche, mientras ustedes lo excluían.
Abrió el baúl. Dentro había un cráneo. Estaba pulcro. Sobre el costado derecho tenía letras zansvrikas talladas, estaba el nombre de Aris Delyam, y debajo el de Dazha Zarém.
—Se ha proclamado como su zanshenko —anunció.
La palabra en la lengua nuestra quería decir padrino. El cráneo y el grabado en el lugar que lo había hecho, formaba parte de un rito en desuso, que se practicaba en la antigüedad como iniciación a la vida vampírica. Los túneles que rodeaban a la cámara de bautismos estaban llenos de las calaveras de las víctimas que sacrificaban. El nombre que se tallaba era el del verdugo, la nueva criatura de la noche. Esta vez el ejecutor había sido Aris, y colocaba bajo el suyo el nombre de mi hija como símbolo de amparo.
ESTÁS LEYENDO
Herencia Roja | Libro 13
WampiryContinuación cronológica de Reverdecer Vampírico - Saga Crónicas Zansvrikas ♥ Sinopsis: La dinastía León se fortalece. Un nuevo comienzo emerge de las ruinas, soplan vientos buenos de transformación. Sombras del pasado regresan como peligrosas amena...