Capítulo 11

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—Sabes perfectamente cuando fue la última vez— esquivé el verdadero rumbo de la pregunta.

—No intentes engañarme— amenazó, señalándome con un dedo mientras su puño arrugaba la carta que guardaba en la misma mano.

—No lo hago —lo miré firme— La edad de Aevë es el mismo tiempo que tengo sin verla. Estabas conmigo cuando Akie me atacó, yo estando dormida— levanté un brazo —Me mordió y bebió de mí, ¿Te acuerdas de eso?

—Pero no me contaste todo lo que pasó entre ustedes.

—No. Tienes razón.

Se apagó la esperanza que conservaban sus ojos, y los músculos de su rostro acabaron por deshacerse de cualquier vestigio de emociones.

—Fuiste capaz de esconderme algo así... ¿Por qué?

—¿Qué es lo que sabes? —jadeé, poniéndole a mi voz un tono de desinterés que estaba fuera de lugar, pero con el que trataba de prevenir una pelea. Caminé hacia Dazha —¿O qué es lo que crees que sucedió?, y lo que me sorprende más, ¿Quién te lo dijo?

Cargué a mi hija sin poder disimular la ansiedad final derivada del pensamiento que tuve en respuesta a mi propia duda.

—¿Hablaste con Akie? —mi estómago se revolvió al imaginarlo.

Daniel me observó con la desconfianza a flor de piel, su ceño se empezó a arrugar demostrando molestia.

—¡La única que lo sabía todo era Elizabeth! —rugí— Por supuesto que fue Akie Zarina, no pudo ser nadie más. ¿Estuvo aquí?, ¿Dejaste que se acercara a Dakota?

El Zethee se mordió el labio superior, inhalando hondo por unos momentos durante los que me negó la mirada hasta que volvió a hablarme.

—¿Por qué me lo ocultaste?

—¿Responderás mis preguntas o debo revisar si tienes marcas en el cuello que contesten por ti?

Noté como se enojaba más a cada segundo. Respirando como bestia tiró sobre su escritorio la carta que apuñaba, e inmediatamente estiró los bordes, conteniendo la fuerza de sus dedos a fin de no romper el papel. Agarró un bolígrafo que se partió en tres pedazos en cuánto lo tocó. Lo intentó con otro, usándolo para subrayar ciertas frases del documento. Repitió el proceso con otra carta, y otra, y otra más que fue deslizando a lo largo de la mesa en mi dirección. Algunas se cayeron. Desde mi altura comprobé que todas ellas eran casi iguales, un mensaje repetitivo. No estaban firmadas, pero era claro que las había escrito ella. Pedía ayuda para darle adecuada sepultura a Orié Zahár, y me acusaba a mí de haber usado los huesos de su hermana para destruirla. Esas líneas eran las que resaltaba mi esposo.

—Basta ya— me quejé, porque seguía rayando como máquina.

Eran muchas cartas, la única diferencia notable entre cada una era la marca de tiempo. Al parecer las había estado enviando durante años, consecutivamente.

—No me ofende que creas que tuve intenciones egoístas al decidir no decirte lo que pasó, porque mi confort suele ser mi primer interés, pero en este caso particular, mi orgullo me habría convencido de demostrarte que pude con ella.

Daniel soltó el bolígrafo, recostó su espalda en la butaca sin intervenir con ningún comentario. Apoyó su cabeza sobre sus dedos, mirándome con juicio.

—El plan fue de Elizabeth.

—Cuidado —se puso de pie.

—¡¿Con qué?! —tampoco yo reaccioné de la mejor forma —¿Crees que usaría su nombre para justificar mis acciones contra esa perra? —Dakota empezó a llorar, asustada con mi grito.

Herencia Roja  | Libro 13Donde viven las historias. Descúbrelo ahora