Capítulo 5

31 3 2
                                    

Daniel me dio luz verde en cuánto al plan que se me ocurrió para motivar a nuestro hijo. De lo que quería, tenía poco material en la casa, y no había tiempo de mandar a traer más de Montemagno, pero esperaba que lo que conseguí fuera suficiente al menos para generar un interés.

Habiendo reunido en un baúl todo lo que pudiera servirme, me dejé llevar hacia su habitación sin contener la sonrisa que despertó suspicacia en Lezanger. Se sentó a orillas de la cama, mirándome con recelo.

—¿Qué tienes ahí? —juntó las cejas.

—Algo que te gustará mucho... si le das la oportunidad.

Dio un respingo antes de respirar hondo. Mi respuesta bastó para anticipar que sea lo que fuera que estuviera por mostrarle tenía que ver con la vida zansvrika. A riesgo de que pudiera predisponerse, conservé mis mejores expectativas.

—¡Sorpresa! —exclamé, alzando entre manos un disco de vinilo.

Lezanger negó con la cabeza encogiéndose de hombros, torció el gesto para demostrar que no entendía mi emoción.

—A este grupo estoy segura que no lo conoces— jadeé entusiasta —Tengo el presentimiento de que te van a encantar cuando los escuches.

—Mamá... por favor no me tortures. Sabes que la música zansvrika me estresa.

Sonreí astuta, tamborileando mis dedos sobre la funda de cartón que envolvía el disco.

—La tradicional, puede ser.

—Es horrible. La ansiedad que me da, solo se me quita vomitando.

—A mí sí me gusta, pero admito que por el estilo en general de las melodías, parecen todas creadas para rituales— arrugué la nariz a propósito, eso le sacó a Moisés media sonrisa ladeada que me sugirió que tenía su atención y posible curiosidad —Esta colección es muy diferente. ¡Pediré la tornamesa!

Volvió a arrugar la cara.

—¿Ahora?

—¿Por qué no?

—Me aburre. Tengo dolores en el cuerpo, estoy lejos de sentirme bien. Lo último que quiero es escuchar cantos ceremoniales, sería como estar en mi propio funeral o en un culto de sacrificio. Si hay una forma de empeorar este día, es precisamente que me obligues a soportar esa música —de repente cerró los ojos con arrepentimiento —Perdón. No quise hablarte así. Solo estoy de mal humor.

—Lo sé. Pero lo que más me ofende es tu falta de confianza. Nada de lo que yo te ofrezca podría ser para atormentarte o hacerte daño, mi príncipe, te amo con la fuerza de mil ciclones.

Me acerqué y dejé mis labios contra su frente en un beso largo, cargado de la misma ternura que me inspiraba él mismo. Aproveché su renovada docilidad usando su intercomunicador telefónico para pedirle a Sestnev traer la tornamesa que yo tenía en mi habitación de locos. En realidad, solía ser de Daniel, pero cuando se compró una más moderna quiso echar la antigua a la basura. Por encima de sus quejas la recogí porque no me gusta botar las cosas.

La encomienda llegó acompañada de un polizón.

—¿Qué van a escuchar? —preguntó Leo, haciendo malabares para fingir que era él quien la traía y además con una sola mano, en la otra cargaba una botella.

—Yo tomaré esto— entorné los ojos hacia mi hijo varón menor —Gracias, Sestnev.

—¿Más agua? —lo desafió Moisés.

—¿Y cuánta agua tomas tú? —respondió con el mismo tono provocador. Su hermano se encogió de hombros —Yo sí cumplo con los vasos que me tocan por día, así como tú deberías beberte los vasos que te tocan de sangre.

Herencia Roja  | Libro 13Donde viven las historias. Descúbrelo ahora