Capítulo 21

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Fueron duros para mí los siguientes días, en especial después de que Adrián supiera lo que se estaba haciendo. Daniel llevó adelante lo necesario para complacer a Moisés, mientras yo me hundía en la oscuridad de una tristeza que me agotaba mentalmente, y que superaba mis facultades para evitarla. Perdí los ánimos de ejecutar lo que había planeado con tanta emoción, por lo que aquellos detalles que representarían a la vez grandes acciones, se convirtieron en ideas fantasmas que me acusaban cobarde.

Yo no podía predecir la reacción de Aris cuando supiera que perdería su título. Solo imaginarla me daba tanta curiosidad como miedo, y por supuesto, cualquier expectativa fue pobre. No demostró emociones, las ocultó muy bien. Permaneció pensativo un rato, y cuando por fin expresó su opinión, esta estuvo cargada de las discrepancias que solo él podría manifestar.

—Como hijo de Daniel León, me decepciona —declaró mirando a su padre a los ojos— Te dije que no iba a dejarte, pero ahora ustedes me apartan —añadió de forma directa para mí —Como hijo del Zethee, respeto tu virtud para emprender los cambios con los que esperas consolidar tu dinastía. Estaba claro que mantener conexiones con un traidor no es conveniente.

Sus palabras eran dagas a mi corazón, pero las peores eran las que estaba por decir.

—Como hermano de Kham Lezanger, me siento traicionado. Ha elegido usurparme, contando con que de esta forma llegará más fácil al trono, en lugar de procurar convertirse en líder demostrando que puede conquistar la historia.

—No digas eso— interrumpí —Lezanger no es ambicioso.

—Pero como antiguo hermano del nuevo zrlaj— replicó inmediatamente —Supongo que me complace que a pesar de la patética crianza que le diste, haya dado un paso para tomar las riendas de su vida.

Lo dijo para herirme, en venganza de lo que le estábamos haciendo. Sin embargo, sus palabras rompieron la última pieza de mi voluntad que quedaba en pie.

El impacto que causó en mí todo lo que pasaba me arrastró a un rincón muy oscuro de mí misma que nunca había conocido. Quedé a merced de una abstinencia involuntaria, de sangre, de alimentos, de sexo. Cada amanecer dolía más que el anterior, odiaba mi incompetencia para restarle importancia a mis pensamientos acusadores, las horas del día en que resistía no demostrar lo desmoronaba que estaba era cuando no podía seguir eludiendo a Leohark o debía atender a Dakota.

Era martirizante saber que tendríamos distintas fiestas seguidas y estaba obligada a poner una buena cara. Claro, dejando por fuera la celebración el éxito en mis exámenes si es que conseguía aprobarlos, ya no quería festejar.

Quedaba la investidura de Moisés, para cuando yo esperaba haber salido de mi trance, pero ya que el insistió en que los honores fueran brindados en la música zansvrika anzenhandrika, prepararlo necesitaba tiempo. Así, Daniel por su cuenta y dada mi inexistente capacidad de colaboración, decidió oficiar primero el bautizo de Zarém.

Fue increíble cómo no conseguí ilusionarme de un evento tan importante como ese. Me dolía no poder ofrecerle a Dakota la alegría que merecía, pero la verdad es que no lograba levantarme por mi propia cuenta. Varias veces consideré pedirle a Daniel traer al loquero, pero hacerlo habría significado reconocer mi derrota sobre mis emociones, y el maldito orgullo todavía me impedía humillarme así.

Mi cuerpo había empezado a mostrar indicios de falta de sangre. Me sentía débil. Seguía sin ganas de beber, pero sabía que las hormonas humanas eran lo único que me darían, al menos superficialmente, el ánimo suficiente para no caer durante la ceremonia.

Obligué a mi estómago a tolerar las botellas de sangre que me tomé de un golpe. Me prometí a mí misma atiborrarme más y más ante el menor indicio de ánimo bajo. Por supuesto, esto eclipsó mis sentidos.

Herencia Roja  | Libro 13Donde viven las historias. Descúbrelo ahora